ZOLLA, Elemire. Los Místicos de Occidente. Místicos medievales
Vi una luz fulgidísima y en ella una figura de hombre color zafiro que inflamaba todo con un suavísimo fuego ruinante, y esa luz espléndida se difundió por el entero fuego rutilante, y este fuego rutilante por la entera luz esplendente, y la luz fulgidísima y el fuego rutilante por la entera figura del hombre, produciendo una sola lumbrera de una única virtud y potencia.
Y oí a esa luz viva que me decía: «Este es el sentido de los misterios de Dios: que con discreción se vea y comprenda cuál es la plenitud sin nacimiento y a la que nada le falta, que con virtud potentísima trazó todos los cursos de los fuertes. Si, en efecto, el Señor estuviese vacío de su virtud, ¿qué necesidad se tendría de El? Ninguna, ciertamente; por eso en su obra perfecta 1 se ve cuál es su categoría de artista. Por eso ves la luz fulgidísima, que es sin nacimiento y a la que nada puede faltar; designa al Padre, y en ella el Hijo declara, por medio de la figura de hombre color zafiro sin mancha de imperfección, envidia ni iniquidad, que fue engendrado según la divinidad antes de los tiempos por el Padre, pero que después se encarnó en el tiempo según la humanidad. La que entera flamea con suavísimo fuego rutilante, fuego exento de contacto con cualquier mortalidad árida y tenebrosa, indica al Espíritu Santo, del cual fue concebido según la carne el unigénito de Dios, nacido temporalmente de la Virgen, el cual infunde luz de verdadera caridad al mundo. Pero si esa espléndida luz se difunde por todo ese fuego rutilante, y ese rutilante fuego por toda esa luz esplendente, y esa espléndida luz y rutilante fuego por toda la figura del hombre, produciendo una única lumbrera con una sola virtud y potestad, es porque el Padre, que es suma equidad, no es sin el Hijo y el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo enciende los corazones de los fieles, pero no sin el Padre y el Hijo, y el Hijo es plenitud de virtud, pero no sin el Padre y el Espíritu Santo, y son inseparables en la majestad de la divinidad, porque el Padre no es sin el Hijo, y el Hijo no es sin el Padre, ni Padre e Hijo sin el Espíritu Santo, ni el Espíritu Santo sin ellos, y estas tres personas existen como Dios único en una sola e íntegra majestad de divinidad, y la unidad de la divinidad está inseparablemente viva en esas mismas tres personas, no pudiéndose escindir la divinidad, pues permanece siempre inviolable ante cualquier mudanza; pero el Padre es declarado por el Hijo, el Hijo, por el nacimiento de las criaturas, y el Espíritu Santo, por el mismo Hijo encarnado. ¿Cómo? Fue el Padre quien antes de todos los siglos engendró al Hijo, fue a través del Hijo como todas las cosas fueron hechas por el Padre al comienzo de las criaturas, y fue el Espíritu Santo quien en forma de paloma apareció en el bautismo del Hijo de Dios al fin de los tiempos. Por eso nunca se olvide el hombre de invocarme único Dios en estas tres personas; porque a causa de ellas me mostré al hombre para que el hombre ardiese tanto más íntimamente en amor por mí, habiendo yo mandado por amor suyo a mi Hijo al mundo del modo que mi amado Juan proclama diciendo: “Y en esto se manifestó la caridad de Dios en nosotros, en que mandó al Hijo unigénito al mundo para que vivamos por EL En esto consiste la caridad: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero, y mandó a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,9-10). ¿Qué significa esto? Puesto que Dios nos amó, brotó una salud distinta de la que en el próximo nacimiento tuvimos como herederos de la inocencia y santidad, porque el Padre supremo mostró su caridad en nuestros peligros, cuando estábamos afligidos por la pena, mandando a su Verbo solo entre los hijos de los hombres, en perfecta santidad, por suprema virtud, a las tinieblas de los siglos, donde el mismo Verbo, habiendo obrado todo lo bueno, llevó de nuevo a la vida por medio de su mansedumbre a quienes estaban abatidos por la inmundicia de la prevaricación y ya no eran capaces de volver a la santidad perdida. ¿Qué significa eso? De la misma fuente de vida vino el amor paterno del abrazo de Dios, educándonos en la vida, y fue nuestra ayuda en los peligros como profundísima y suavísima claridad, instruyéndonos en la penitencia. ¿De qué modo? Dios recordó con misericordia su gran obra y preciosísima alegría, al hombre, digo, al que El formó del limo de la tierra y en el cual inspiró el aliento de vida. ¿De qué modo? Lo instruyó para vivir en penitencia, y la eficacia de ésta no perecerá jamás, porque la astuta serpiente engañó al hombre con soberbia invasión, pero Dios la echó con la penitencia que muestra humildad, y que el diablo no conoció ni hizo, porque no supo levantarse al camino recto. Por tanto, esta salvación a través de la caridad no salió de nosotros, pues ni sabíamos, ni podíamos amar a Dios en la salvación, sino que el mismo Creador y Señor de todos amó de tal modo al mundo, que por la salvación de éste envió a su Hijo, príncipe y salvador de los fieles, quien lavó y detergió nuestras heridas, rezumando aquella dulcísima medicina de la cual dimana todo bien de la salvación. Por eso, oh hombre, entiende que ninguna inestabilidad de mudanza afecta a Dios. En efecto, el Padre es Padre, el Hijo Hijo, el Espíritu Santo Espíritu Santo: tres personas en la unidad de la divinidad que están indivisiblemente vivas. ¿En qué manera? Existen tres fuerzas en la piedra, tres en la llama y tres en la palabra. ¿Cómo? En la piedra están la virtud del humor, la virtud de la palpabilidad y la virtud ígnea; mas la piedra posee la virtud del humor para no deshacerse ni consumirse, la aferrabilidad palpable para ofrecer morada y defensa, y la virtud ígnea para ser alimentada y consolidada en su dureza; la virtud húmeda significa al Padre, cuya virtud nunca se seca ni acaba, la palpabilidad comprensible designa al Hijo nacido de la Virgen, al que se pudo tocar y comprender, y la virtud del fuego rutilante significa al Espíritu Santo, que enciende e ilumina los corazones de los fieles. ¿Qué significa esto? Del mismo modo que el hombre a menudo atrae con su cuerpo la húmeda virtud de la piedra, y, por tanto, debilitándose enferma, así el hombre que por la inestabilidad de sus pensamientos quiere temerariamente ver a Dios Padre cara a cara perece en la fe. En la palpable aferrabilidad de la piedra hacen su morada los hombres, con ella se defienden de los enemigos; así el Hijo de Dios, que es verdadera piedra angular, es morada del pueblo fiel, lo protege de los espíritus malignos. Y, lo mismo que el fuego rutilante ilumina las cosas tenebrosas quemando aquello en lo que se apoya, así el Espíritu Santo ahuyenta la infidelidad, quitando toda herrumbre de iniquidad. Y lo mismo que tales fuerzas están en una sola piedra, así la verdadera Trinidad está en una sola divinidad.
»Lo mismo que una llama en un solo fuego tiene tres virtudes, así un único Dios está en tres personas. ¿Cómo? La llama consta de una espléndida claridad, de un ínsito vigor y de un ígneo ardor, pero la espléndida claridad la posee para relucir, el ínsito vigor para mantenerse vivo, y el ígneo ardor para quemar. Por eso, considera en la espléndida claridad al Padre que expande su claridad sobre los fieles con paterna caridad; entiende a través del ínsito vigor de la espléndida llama al Hijo, en el cual dicha Llama muestra su virtud, el Hijo que tomó cuerpo por medio de una virgen en la cual la divinidad declaró sus maravillas; y reconoce en el ardor ígneo al Espíritu Santo, que suavemente quema las mentes de los fieles. Pero donde no haya ni espléndida claridad, ni ínsito vigor, ni ígneo ardor, allí no se ve tampoco llama alguna; igual que, donde no se adora ni al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo, no se tiene digna veneración. Lo mismo que en una llama se perciben estas tres fuerzas, así en la unidad de la divinidad se deben entender tres personas. Lo mismo que en la palabra o verbo se denotan tres fuerzas, así se puede considerar la Trinidad en la unidad de la divinidad. ¿Cómo? En el verbo están el sonido, la virtud y el ¿liento. Pero el sonido existe para ser oído, la virtud para ser entendida, el aliento para ser completado. En el sonido observa al Padre, que di-ronde todo con inenarrable majestad. En la virtud, al Hijo, que maravillosamente fue engendrado por el Padre, y en el aliento, al Espíritu Santo, que sopla donde quiere y por quien todo es consumado. Donde no se oye sonido, ni tampoco opera la virtud ni se alza el aliento, allí no se oye el verbo, precisamente igual que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no están divididos entre sí, sino que unánimemente realizan su obra. De manera que, lo mismo que esas tres cosas están en el verbo, igualmente la suprema Trinidad está en la suprema unidad… Así resuena el verbo desde la boca del hombre, pero no hay boca sin verbo ni verbo sin vida. ¿Y dónde permanece el verbo? En el hombre. ¿Y de dónde sale? Del hombre. ¿En qué manera? Siendo el hombre viviente…
»Oh hombre, abraza a tu Dios con la fuerza de tu vigor antes de que llegue el día de la purgación de tus obras, cuando todo sea manifestado y no quede nada oculto, cuando vengan los tiempos sin defecto en su duración. Y no murmures de estas cosas con tu sentido humano diciendo: “No me agradan, ni comprendo si suponen prosperidad o tribulación”, porque sobre este punto el espíritu humano siempre alberga dudas; en efecto, aun cuando realice obras buenas, anda preocupado por si agradarán o no a Dios. Y cuando perpetra el mal, teme por su salvación. Pero quien ve con ojos vigilantes y oye con oídos atentos, ofrezca el beso del abrazo a estas místicas palabras mías que emanan de mí, el que vive.»
- Más adelante se dice que el hombre íntegro es la obra perfecta de Dios.[↩]