El hombre que tan enteramente hubiera renunciado a sí mismo junto con todo lo suyo, en verdad, se hallaría colocado tan completamente en Dios, que dondequiera que se tocara a ese hombre, se debería tocar primero a Dios; porque él se halla del todo en Dios, y Dios se encuentra en torno de él, tal como mi bonete encierra mi cabeza; y quien quisiera agarrarme debería tocar primero mi vestimenta. Igualmente: si he de beber, la bebida debe pasar primero por mi lengua; allí adquiere su sabor. De veras, si la lengua se halla revestida de amargor, el vino, por dulce que sea en sí, habrá de convertirse siempre en amargo a causa de aquello por cuyo intermedio me llega. En verdad, un hombre que se hubiera desasido totalmente de lo suyo, estaría envuelto en Dios de tal manera que todas las criaturas no serían capaces de tocarlo sin tocar antes a Dios, y las cosas que habrían de llegar hasta él, tendrían que llegarle a través de Dios; aquí reciben su sabor y se hacen deiformes. Por grande que sea el sufrimiento, si viene a través de Dios, Dios es el primero en sufrir por él. Sí, por la verdad que es Dios mismo: un sufrimiento que afecta al hombre, por ejemplo, un malestar o una contrariedad, nunca es tan insignificante que, una vez puesto en Dios, no lo toque a Él inconmensurablemente más de lo que lo toca al hombre, y le resulte más repugnante de lo que le resulta repugnante al hombre. Mas, si Dios lo sufre a causa del bien que ha previsto para ti con ese (sufrimiento), y si tú estás dispuesto a sufrir lo que sufre Dios y que te llega a través de Él, entonces adquiere de derecho índole divina, ya se trate de desprecio, así como de honores, de amargura al igual que de dulzura y de la más profunda oscuridad lo mismo que de la luz más clara: todo recibe de Dios su sabor y se hace divino, porque todo cuanto sucede a ese hombre se va adaptando a Dios, ya que (ese hombre) no tiende hacia otra cosa ni le gusta nada más, y por ello aprehende a Dios en medio de toda amargura como en la mayor de las dulzuras. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.
No has de inquietarte por la comida y vestimenta de modo que te parezcan demasiado buenas. A tu fondo más íntimo y a tu ánimo créales más bien el hábito de estar muy por encima de eso. A excepción de Dios nada debe mover a (tu ánimo) para que sienta placer o amor, ¡ha de estar por encima de todas las demás cosas! TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 18.
Como Dios se contenta con esa situación, conténtate tú también; pero si le gusta otra cosa para ti, ponte contento lo mismo. Porque, en su fuero íntimo, el hombre debe pertenecer a Dios tan completamente (y) con toda su voluntad, que no le preocupen mucho ni los modos ni las obras. Sobre todo debes rehuir cualquier peculiaridad, ya sea en la vestimenta, ya sea en la comida, ya sea en las palabras – como por ejemplo, usar palabras grandilocuentes – o también tener gestos raros, lo cual no sirve para nada. En cambio, debes saber también que no te está prohibido tener ninguna peculiaridad. Hay muchas peculiaridades que uno está obligado a observar en algún momento y con muchas personas; pues, quien es (un hombre) peculiar, tiene que hacer también muchas cosas peculiares en determinados momentos y de muchos modos. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 18.
¿Qué pueblo está en Dios? Dice San Juan: «Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Juan 4, 16). Aun cuando dice San Juan que el amor une, el amor, sin embargo, no (nos) transpone nunca en Dios; en el mejor de los casos aglutina (lo que ya está unido). El amor no une de ninguna manera; (sólo) aquello que ya se halla unido, lo cose y lo ata. El amor une en una obra, mas no en el ser. Dicen los maestros más insignes que el entendimiento lo monda todo por completo, y aprehende a Dios desnudo, como ser puro que es en sí mismo. El conocimiento irrumpe a través de la verdad y bondad y se arroja sobre el ser puro y aprehende a Dios, desnudo, tal como es sin nombre. (Mas) yo digo: No unen ni el conocimiento ni el amor. El amor aprehende a Dios mismo en cuanto es bueno, y si Dios cayera fuera del nombre «bondad», el amor nunca lograría avanzar. El amor toma a Dios (escondido) bajo una piel, bajo una vestimenta. El entendimiento no hace tal cosa; el entendimiento toma a Dios tal como lo conoce dentro de él; mas, no lo puede comprender jamás en el mar de su ser insondable. Digo yo: Por encima de estos dos, es decir, (el) conocimiento y (el) amor se halla la misericordia; en lo supremo y en lo más puro que Dios puede obrar, allí opera Dios la misericordia. SERMONES: SERMÓN VII 3
Dije en el colegio que el entendimiento es más noble que la voluntad y ambos, sin embargo, tienen su lugar en esa luz. Entonces, un maestro dijo en otro colegio que la voluntad era más noble que el entendimiento, porque la voluntad toma las cosas tales como son en sí mismas; el entendimiento, (en cambio), toma las cosas tales como son en él mismo. Esto es verdad. Un ojo es más noble en sí mismo que un ojo pintado en una pared. Pero yo digo que (el) entendimiento es más noble que (la) voluntad. (La) voluntad toma a Dios bajo la vestimenta de la bondad. (El) entendimiento toma a Dios desnudo, tal como se halla despojado de la bondad y del ser. La bondad es una vestimenta por debajo de la cual Dios se halla escondido, y la voluntad toma a Dios bajo esa vestimenta de la bondad. Si no hubiera bondad en Dios, mi voluntad no lo querría. Si alguien quisiera vestir a un rey, en el día en que iban a hacerlo rey, y lo vistiera con indumentaria gris, no lo habría vestido bien. Yo no soy bienaventurado porque Dios es bueno. Tampoco quiero pedir nunca que Dios en su bondad me haga bienaventurado, porque Él no sería capaz de hacerlo. Soy bienaventurado únicamente porque Dios es racional y porque yo conozco este hecho. Dice un maestro: Es (el) entendimiento de Dios del que depende enteramente el ser del ángel. Se pregunta ¿dónde se halla muy propiamente dicho la esencia de la imagen: en el espejo o en aquel de quien proviene? Hablando con mayor propiedad: en aquel de quien proviene. La imagen se halla en mí, (sale) de mí y (va) hacia mí. El espejo, mientras se encuentra exactamente enfrente de mi rostro, contiene mi imagen; si el espejo se cayera, la imagen se desvanecería. El ser del ángel depende de que tenga presente el entendimiento divino en el cual se conoce. SERMONES: SERMÓN IX 3
Estaban sobre la montaña Sión. «Sión» significa lo mismo que «contemplar» (schouwen). «Jerusalén» significa «paz». Según dije el otro día en San Mergarden (La huerta de Santa María)5: Estas dos (cosas) le imponen a Dios una obligación; si las posees, Él habrá de nacer en tu fuero íntimo. Os contaré la mitad de una historia: Nuestro Señor iba alguna vez rodeado de una muchedumbre. En eso llegó una mujer y dijo: «Si pudiera tocar el ruedo de su vestimenta, sanaría». Entonces dijo Nuestro Señor: «Me tocaron». «¡Válgame Dios! – dijo San Pedro – ¿cómo puedes decir, Señor, que te tocaron? Te rodea y se apiña alrededor de ti una muchedumbre». (Cfr. Lucas 8, 43 a 45). SERMONES: SERMÓN XIII 3
Ahora dice: «Vi el cordero de pie». De ello podemos sacar cuatro enseñanzas buenas. Una: el cordero da comida y vestimenta y lo hace de muy buen grado, esto debe estimular nuestra comprensión de que hemos recibido mucho de Dios y que Él lo da con tanta bondad; nos ha de incitar a que no busquemos en todas nuestras obras nada más que su loa y su gloria. Segundo: el corderito estaba de pie. Nos hace muy bien cuando un amigo se halla de pie junto a su amigo. Dios nos socorre y Él permanece de pie junto a nosotros, siempre y sin moverse. SERMONES: SERMÓN XIII 3
Son dos las causas porque dice «alma». Afirma un maestro: La palabra «alma» no se refiere al fondo y no toca a la naturaleza del alma. Por eso dice un maestro: Quien escribe sobre las cosas móviles, no toca ni a la naturaleza ni al fondo del alma. Quien ha de nombrar al alma según la simplicidad y pureza y desnudez, tal como es en sí misma, no puede encontrarle ningún nombre. Le dicen alma: es como cuando se llama carpintero a una persona, entonces no se lo llama ni hombre ni Enrique, ni según su ser propiamente dicho, sino que se lo llama de acuerdo con su obra. Éste es el pensamiento de Nuestro Señor (cuando dice): Quien ama al alma en la pureza, conforme con la naturaleza simple del alma, la odia con esta vestimenta (terrestre) y es su enemigo; la odia y está triste y apenado porque ella se halla tan alejada de la luz pura que ella es en sí misma. SERMONES: SERMÓN XVII 3
Suplicad a Nuestro querido Señor que odiemos a nuestra alma, bajo la vestimenta por la cual es nuestra alma, de modo que la conservemos para la vida eterna. Que Dios nos ayude a lograrlo. Amén. SERMONES: SERMÓN XVII 3
San Lucas nos escribe en su Evangelio: «Un hombre había preparado una cena o un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). ¿Quién la preparó? Un hombre. ¿Qué quiere decir que lo llame una cena? Un maestro dice que significa un gran amor porque Dios no permite el acceso a nadie que no sea íntimo de Dios. En segundo lugar da a entender lo puros que deben ser quienes disfrutan de esta cena. Ahora bien, nunca llega el anochecer sin que le haya precedido un día entero. Si no existiera el sol, nunca se haría de día. Cuando sale el sol hay luz matutinal; luego brilla cada vez más hasta que llegue el mediodía. Del mismo modo surge la luz divina en el alma para iluminar cada vez más las potencias del alma hasta que llegue el mediodía. Si el alma no ha recibido una luz divina, de ninguna manera se hace jamás de día en el alma, (hablando) espiritualmente. En tercer lugar nos da a entender que, quienquiera que desee participar dignamente de esta cena, tiene que llegar al anochecer. Cada vez que fenece la luz de este mundo, se hace de noche. Ahora bien, dice David: «Él asciende hacia el anochecer y su nombre es el Señor» (Salmo 67, 5). Así (hizo) Jacobo: cuando era de noche, se acostó y se durmió (Cfr. Génesis 28, 11). Esto significa el descanso del alma. En cuarto lugar (el pasaje de la Escritura) da a entender, según dice San Gregorio, que luego de la cena ya no hay más comida. A quien Dios da esta comida, le sabe tan dulce y deliciosa que no apetece nunca más otra comida. Dice San Agustín: Dios es de tal índole que aquel que la comprende, nunca más puede descansar en otra cosa. Dice San Agustín: Señor, si te nos quitas a ti, danos otro tú, o no descansaremos nunca; no queremos nada más que a ti. Ahora bien, dice un santo con respecto a un alma amante de Dios, que lo obliga a Dios a (hacer) todo cuanto ella quiere y que lo seduce completamente de modo que Él no le puede negar nada de todo cuanto Él es. De una manera se retiró y de otra se entregó; se retiró en cuanto Dios y hombre y se entregó en cuanto Dios y hombre como otro sí mismo en un pequeño recipiente secreto. No nos gusta permitir que una gran reliquia sea tocada o vista de-velada. Por eso, se puso la vestimenta bajo la forma del pan, exactamente así como la comida material es transformada por mi alma de modo tal que no haya rinconcito en mi naturaleza que no le sea unido. Porque en la naturaleza existe una fuerza que desprende lo más burdo y lo echa afuera; y lo más noble lo lleva hacia arriba para que no quede en ninguna parte tanto como la punta de una aguja que no le sea unido. Lo que comí hace quince días, está tan unido a mi alma como aquello que recibí en el vientre materno. Lo mismo le sucede a quien recibe con pureza esta comida; se une tan verdaderamente con ella, como la carne y la sangre son uno con mi alma. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Dice, pues, al criado: «Sal y diles a los invitados que vengan; que todo está preparado» (Lucas 14, 17). Entonces dijo uno: «He comprado una aldea, no puedo ir» (Lucas 14, 18). Ahí se trata de gente que en alguna forma está pegada aún a las preocupaciones: nunca probarán esta cena. El otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes» (Lucas 14, 19). En verdad estas cinco yuntas – así me parece – se refieren a los cinco sentidos; pues cada sentido se halla dividido en dos partes, también la lengua es doble en sí (=la lengua y el paladar). Por ello – según dije anteayer – cuando Dios le dijo a la mujer: «Tráeme a tu marido», ella contestó: «No tengo (marido)». Entonces dijo Él: «Tienes razón; pero has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido» (Juan 4, 16 a 18). Esto quiere decir: Quienes viven de acuerdo con los cinco sentidos, de veras no probarán nunca jamás esta comida. El tercero dijo: «Acabo de casarme, no puedo ir» (Lucas 14, 20). El alma, cuando está dirigida hacia Dios; es enteramente varón. Cuando el alma se dirige hacia abajo, se la llama mujer; mas cuando uno llega a conocer a Dios en su propio fuero íntimo y busca a Dios en casa de uno, entonces ella (el alma) es varón. Ahora bien, en la Vieja Alianza estaba prohibido que ningún hombre se pusiera vestimenta de mujer, ni las mujeres vestimenta de hombre. El (alma) es varón siempre y cuando penetre en Dios con simplicidad (y) sin mediación. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Y no van, esos que fueron invitados. El primero dijo: «He comprado una aldea, no puedo ir» (Lucas 14, 18). Por la aldea se entiende todo cuanto es terrestre. Mientras el alma posee alguna cosa terrestre, no llega a este banquete. El otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes, no puedo ir, pues tengo que ir a verlas» (Lucas 14, 19). Las cinco yuntas de bueyes son los cinco sentidos. Cada sentido se halla dividido en dos, son, (pues), cinco yuntas. Mientras el alma siga a los cinco sentidos, nunca llegará a este banquete. El tercero dijo: «Acabo de casarme, no puedo ir» (Lucas 14, 20). Yo lo he dicho varias veces: El varón en el alma es el entendimiento. Cuando el alma con el entendimiento se endereza directamente hacia arriba, hasta Dios, entonces el alma es «varón» y es uno y no dos; mas cuando el alma se dirige hacia abajo, entonces es «mujer». Con un solo pensamiento y una sola mirada hacia abajo, se pone vestimenta de mujer; semejante gente tampoco llega al banquete. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Así procedió Santa Isabel con gran empeño. «Había contemplado» prudentemente «los senderos de su casa». Por eso «no temía el invierno porque su servidumbre tenía vestimenta doble» (Prov. 31, 21). Pues andaba con ojo avizor respecto a todo cuanto podía dañarla. En cuanto a sus flaquezas ponía todo su empeño por convertirlas en perfecciones. Por eso «no comió ociosa su pan». También había dirigido hacia Nuestro Dios sus potencias supremas. Son tres las potencias supremas del alma. La primera es el conocimiento; la segunda (la) irascibilis, la cual es una potencia tendente hacia arriba; la tercera es la voluntad. Cuando el alma se entrega al conocimiento de la recta verdad, (o sea) la potencia simple en la cual se conoce a Dios, entonces el alma se llama una luz. Y Dios es también una luz y cuando la luz divina se vierte en el alma, ésta es unida a Dios como una luz a otra. Entonces se llama la luz de la fe y esta es una virtud teologal. Y adonde el alma no puede llegar con sus sentidos y potencias, allí la lleva la fe. SERMONES: SERMÓN XXXII 3
La tercera potencia es la voluntad interior que, cual rostro, siempre está vuelta hacia Dios en la voluntad divina y dentro de sí recoge de Dios el amor. Ahí Dios es conducido a través del alma, y el alma es conducida a través de Dios; y esto se llama un amor divino y es también una virtud teologal. (La) bienaventuranza divina reside en tres cosas: precisamente en (el) conocimiento con el cual Él se conoce íntegramente, en segundo término, en (la) libertad de modo que permanece incomprendido e incoercible para toda su creación y (finalmente), en la completa suficiencia con la cual es suficiente para Él mismo y para toda criatura. Pues, la perfección del alma reside también en lo siguiente: en (el) conocimiento y en (la) comprensión de que Dios la ha aprehendido, y en (la) unión con el amor cabal. ¿Queremos saber qué es el pecado? Volver la espalda a la bienaventuranza y a la virtud, de esto proviene cualquier pecado. Esos senderos los debe mirar toda alma bienaventurada. Por eso «no teme el invierno porque su servidumbre lleva puesta, también, vestimenta doble», como dice de ella (Isabel) la Escritura. Estaba vestida de fortaleza para resistir a toda imperfección, y adornada con la verdad (Prov. 31, 25 a 26). Esta mujer, hacia fuera, ante el mundo, gozaba de riquezas y honores, mas en su fuero íntimo adoraba (la) verdadera pobreza. Y cuando le faltaba el consuelo externo, se refugiaba con Aquel con quien se refugian todas las criaturas, y ella despreciaba al mundo y a sí misma. Así consiguió superarse a sí misma y despreciaba que la despreciaran, de modo que ya no se preocupaba por ello ni renunciaba a su perfección. Con el corazón puro anhelaba que se le permitiera lavar y cuidar a personas enfermas y sucias. SERMONES: SERMÓN XXXII 3
Si el hombre poseyera todo el mundo, debería, sin embargo, pensar que era pobre y extender siempre la mano hacia la puerta de Dios, Nuestro Señor, pidiendo como limosna la gracia de Nuestro Señor, porque la gracia convierte a los (hombres) en hijos de Dios. Por eso dice David: «Señor, todo mi anhelo está delante de ti y detrás de ti» (Salmo 37, 10). San Pablo afirma: «Todo lo tengo por basura a fin de ganar a Nuestro Señor Jesucristo» (Cfr. Filipenses 3, 8). Es imposible que alma alguna esté sin pecado, a no ser que la gracia divina caiga en ella. Es obra de la gracia hacer al alma ágil y dócil para (llevar a cabo) todas las obras divinas, porque la gracia brota de la fuente divina y es un signo de Dios y tiene el mismo sabor que Dios y asemeja el alma a Dios. Cuando esta misma gracia y este sabor se vuelcan en la voluntad, se habla de amor; y cuando la gracia y el sabor se vuelcan en el entendimiento, se lo llama luz de la fe; y cuando esta misma gracia y el sabor se vuelcan en la «iracunda», o sea, la fuerza ascendente, entonces se lo llama esperanza. Tienen el nombre de virtudes teologales porque operan una obra divina en el alma, así como en la fuerza del sol se puede reconocer que realiza obras vivas en la tierra ya que vivifica todas las cosas y las conserva en su ser. Si pereciera la luz, perecerían todas las cosas, (volviendo a su estado anterior) cuando aún no existían. Lo mismo sucede en el alma: donde hay gracia y amor, le resulta fácil al hombre hacer todas las obras divinas, y es segura señal de que allí donde le resulta difícil al hombre hacer obras divinas, no reside la gracia. Por eso dice un maestro: No juzgo a las personas que usan vestimenta buena o comen bien, con tal de que tengan amor. Tampoco me considero más grande cuando llevo una vida dura que cuando compruebo que tengo más amor. Es una gran necedad que algunas personas ayunan y rezan mucho y hacen grandes obras y se mantienen solas todo el tiempo, (pero) no corrigen su comportamiento y están inquietas y son iracundas. Deberían examinar dónde se ven con más flaquezas, y en este punto deberían afanarse por superarlo. Cuando tienen la conducta bien ordenada, cualquier cosa que hagan, es agradable a Dios. SERMONES: SERMÓN XXXIII 3
En estas palabras se pueden notar tres cosas. Una consiste en que se debe seguir y servir a Nuestro Señor por cuanto Él dice: «Quien me sirve, que me siga». Por ello, las palabras vienen a propósito para San Segundo, (cuyo nombre) dice lo mismo que «el que sigue a Dios», pues él (San Segundo) dejó (sus) bienes y vida y todo por amor de Dios. Así, todos cuantos quieren seguir a Dios, habrán de dejar cuanto puede ser un estorbo para (su trato) con Dios. Dice Crisóstomo: Estas son palabras duras para quienes se inclinan hacia este mundo y las cosas corpóreas, las cuales, para ellos, son una posesión muy dulce y (les es) difícil y amargo dejarlas. En esto se puede ver lo difícil que resulta a algunas personas, que no conocen las cosas espirituales, renunciar a las materiales. Como ya he dicho varias veces: ¿Por qué no les gustan las cosas dulces a los oídos lo mismo que a la boca?… Porque no están hechos para ello. Por la misma razón, el hombre carnal no conoce las cosas espirituales, ya que no tiene la disposición correspondiente. En cambio, a un hombre conocedor que conoce las cosas espirituales, le resulta fácil dejar todas las cosas corpóreas. San Dionisio dice que Dios pone en venta su reino de los cielos; y no hay cosa de tan poco valor como el reino de los cielos cuando está en venta, y nada es tan noble y su posesión hace tan feliz con tal de que se lo tenga merecido. Se dice que es de poco valor porque se le ofrece a cada cual por cuanto él sea capaz de procurar. Por ello, el hombre ha de dar todo cuanto posee a trueque del reino de los cielos: (en especial) su propia voluntad. Mientras conserva algo de su propia voluntad, no tiene merecido el reino de los cielos. A quien renuncia a sí mismo y a su propia voluntad, le resulta fácil dejar todas las cosas materiales. Como ya he narrado varias veces que un maestro le enseñó a su discípulo cómo podía llegar a conocer las cosas espirituales. Entonces dijo el discípulo: «Maestro, tu instrucción me ha enaltecido y sé que todas las cosas materiales son como un barquito que se mece en el mar, y como un pájaro que vuela por el aire». Porque todas las cosas espirituales están por encima de las materiales; cuanto más elevadas están, tanto más se extienden y van comprendiendo a las cosas materiales. Por eso, las cosas materiales son pequeñas frente a las espirituales; y cuanto más sublimes son las cosas espirituales, tanto más grandes son; y cuanto más vigorosas son en las obras, tanto más puras son en (su) esencia. Lo he dicho también varias veces y es cierto y un enunciado verdadero: Si un hombre estuviera muriendo de hambre y si se le ofreciese la mejor de las comidas, sin que hubiera en ella semejanza con Dios, él, antes de probar o gustar (la comida), se moriría de hambre. Y, si el hombre sintiera un frío mortal y se le ofreciese cualquier clase de vestimenta, sin que en ella hubiera semejanza con Dios, él no podría echarle mano ni ponérsela. Esto se refiere al primer (punto) de cómo hay que dejar todas las cosas y seguir a Dios (= Cristo). SERMONES: SERMÓN LVIII 3
Ahora bien, él dice: «Buscamos tu rostro». (La) verdad y (la) bondad son una vestimenta de Dios; Dios se halla por encima de cuanto podemos expresar con palabras. (El) entendimiento «busca» a Dios y lo toma en la raíz donde salen el Hijo y toda la divinidad; pero (la) voluntad permanece afuera y está adherida a la bondad, porque (la) bondad es una vestimenta de Dios. Los ángeles supremos toman a Dios en su vestuario, antes de que sea vestido con (la) bondad o cualquier cosa que se pueda expresar con palabras. Por eso dice: «Buscamos tu rostro», porque el «rostro» de Dios es su esencia. SERMONES: SERMÓN LIX 3