Acabo de pronunciar en latín una palabrita que hoy se lee en la Epístola la podemos aplicar a San Agustín y a cualquier alma buena (y) santa: (muestra) cómo se asemejan a un recipiente de oro que es firme y durable y encierra en sí la nobleza de todas las piedras preciosas (Eclesiástico 50, 10). Se debe a la nobleza de los santos el que no sea posible caracterizarlos con una sola comparación; por eso se los compara con los árboles y el sol y la luna. Y así se parangona aquí a San Agustín con un recipiente de oro que es firme y durable y encierra en sí la nobleza de todas las piedras preciosas. Y lo mismo puede decirse, conforme a la verdad, de cualquier alma buena (y) santa que ha renunciado a todas las cosas y las toma allí donde son eternas. Quien deja las cosas en cuanto son accidentes, las posee allí donde son eternas y substancia pura. SERMONES: SERMÓN XV 3
Algunos profesores opinan que el espíritu consigue su bienaventuranza en el amor; otros afirman que la obtiene en la contemplación de Dios. Mas yo digo: No la consigue ni en el amor ni en el conocer ni en el contemplar. Podría preguntarse, pues: ¿El espíritu no tiene contemplación de Dios en la vida eterna? ¡Sí y no! En cuanto ha nacido, (ya) no tiene la mirada elevada hacia Dios ni la contemplación de Él. Pero en cuanto habrá de nacer (aún), tiene contemplación de Dios. Por eso, la bienaventuranza del espíritu reside allí donde ha nacido y no donde (todavía) está por nacer, porque vive donde vive el Padre, es decir, en (la) simpleza y en (la) desnudez del ser. Por eso, dales la espalda a todas las cosas y tómate puro en (el) ser; porque cuanto está fuera del ser, es «accidente» y todos los accidentes producen un porqué8. SERMONES: SERMÓN XXXIX 3
«¡Renuncia a ti mismo y toma tu cruz!» (Cfr. Lucas 9, 23). Los maestros dicen que el suplicio consiste en ayunar y otros sufrimientos (= ejercicios de penitencia). Mas, yo digo que esto no constituye sino un librarse del suplicio porque a tal actitud no la sigue sino alegría. Luego (de Juan 10, 27) dice Él: «Les doy la vida» (Juan 10, 28). Muchas otras cosas que se hallan en los entes racionales, son accidentes; mas la vida es propia de toda criatura racional, como ser suyo. Por eso dice: «Yo les doy la vida», porque su ser es su vida; pues Dios se da por completo cuando dice: «Yo doy». Ninguna criatura sería capaz de darla (= la vida); si fuera posible que alguna criatura pudiera darla, Dios amaría (no obstante) tanto al alma que no podría tolerarlo, sino que Él mismo quiere darla. Si alguna criatura la diera, le repugnaría al alma; le importaría tan poco como una mosca. Exactamente como si un Emperador le diese una manzana a un hombre, éste la apreciaría más que si otra persona le regalara un jubón del mismo modo el alma tampoco puede admitir que reciba la (vida) de otro que no sea Dios. Por eso, dice: «Yo doy», para que sea perfecta la alegría del alma por el don. SERMONES: SERMÓN LIX 3