Orígenes — Tratado dos Princípios
Sophia — Sabedoria (Livro I cap. 2)
10. Vamos ahora a examinar la expresión “la sabiduría es el flujo más puro de la gloria del Todopoderoso” (Sg 7,25). Consideremos primero qué es la gloria del Dios Omnipotente, y luego entonces entenderemos qué es su aliento o flujo. Así como nadie puede ser padre sin tener a un hijo, ni señor sin poseer a un criado, Dios mismo no puede ser llamado omnipotente a menos que existan aquellos sobre los que pueda ejercer su poder; y por lo tanto, para que Dios pueda mostrarse todopoderoso es necesario que existan todas las cosas. Ya que si alguien tuviera algunos tiempos o porciones de tiempo, o como quiera que guste llamarlos,21 que hubieran dejado de ser, mientras que las cosas que iban a hacerse después todavía no existían, él indudablemente mostraría que durante aquellos años o períodos Dios no era omnipotente, sino que se convirtió en tal después de ello, a saber, a partir del momento en que comenzó a tener personas sobre los que ejercer su poder; y de este modo parecerá que ha recibido un cierto aumento, y haberse elevado de un estado inferior a otro superior, ya que no puede dudarse que es mejor para Él ser omnipotente que no serlo.
¿Y cómo no puede parecer absurdo que cuando Dios no poseía ninguna cosa que le convenía poseer, después, por una especie de progreso, iba a entrar en posesión de ellas? Pero si nunca hubo un tiempo en que no fue omnipotente, aquellas cosas por las que necesariamente recibe ese título debían existir también; y siempre debió tener aquellos sobre los que ejerció su poder, a los que gobernaba como el rey o príncipe, de lo que hablaremos con más extensión en lugar apropiado, cuando tratemos el tema de las criaturas.
Pero, incluso ahora, pienso que es necesario decir una palabra de advertencia, aunque muy por encima, ya que la cuestión que tenemos delante es saber cómo la sabiduría es “el puro flujo” de la gloria del Todopoderoso, no sea que alguien piense que el título de Omnipotente sea an- i terior en Dios al nacimiento de Sabiduría, por quien es llamado Padre, sabiendo que la Sabiduría, que es el Hijo de Dios, es el puro flujo de la gloria del todopoderoso. Que e quien sostenga esta sospecha escuche la declaración indudable de la Escritura al decir: “Hiciste todas ellas con e sabiduría” (Ps 104,24). Y la enseñanza del Evangelio: “Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn 1,3); y que entienda que ¡ el título de Omnipotente Dios no puede ser más viejo que el de Padre; ya que es por el Hijo que el Padre es todopoderoso.
Tocante a la expresión “la gloria del Todopoderoso”, del cual la Sabiduría es el flujo, debe entenderse que la Sabiduría, por la cual Dios es llamado Omnipotente, parla ticipa en la gloria del Todopoderoso. Porque por medio de la Sabiduría, que es Cristo, Dios tiene poder sobre todas las cosas, no sólo por la autoridad de señor, sino también por la obediencia voluntaria de los subditos. Y para que entiendas que la omnipotencia de Padre y el Hijo son una y la misma, como Dios y el Señor son uno y el mismo con, el Padre, escucha el modo en que Juan habla en el Apocalipsis: “Así dice el Señor, el que es y el que era y el que ha venir, el Todopoderoso” (Ap 1,8). ¿Porque quién es el que ha de venir, sino Cristo?
Y como nadie debería ofenderse al ver que Dios es el Padre, y que el Salvador también es Dios; nadie debería ofenderse tampoco de que el Hijo sea considerado Omnipotente, igual que el Padre es llamado Omnipotente. De este modo se cumplirá el dicho verdadero que proclama: “Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y yo he sido glorificado en ellos” (Jn 17,10). Ahora, si todas las cosas que son del Padre son también de Cristo, seguramente que entre esas cosas está la omnipotencia del Padre; e indudablemente el Hijo unigénito debe ser omnipotente, para que el Hijo pueda tener también todas las cosas que el Padre posee. “Y yo he sido glorificado en ellos” (Jn 17,10), declara “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre” (Ph 2, 1011).
11. En tercer lugar, la sabiduría es llamada “resplan dor de la luz eterna” (Sg 7,26). En las páginas preceden tes hemos explicado la fuerza de esta expresión, cuando introdujimos la similitud del sol y el resplandor de sus rayos, y se mostró de la mejor manera posible cómo de bería entenderse esto. A lo que entonces dijimos sólo po demos añadir la siguiente observación. Se llama correcta mente eterno lo que no tiene principio de existencia, ni tampoco puede alguna vez dejar de ser lo que es. Y esto es la idea expresada por Juan cuando dice que “Dios es luz” (1Jn 1,5).
Ahora, su sabiduría es el resplandor de esa luz, no sólo respecto a ser luz, sino también a ser luz eterna, para que su sabiduría sea su resplandor eterno y para siempre. Si esto se entiende totalmente, se verá claramente que la existencia del Hijo es derivada del Padre, pero no en el tiempo, ni de cualquier otro principio, excepto, como hemos dicho, de Dios mismo.
12. Pero la sabiduría también es llamada “el espejo sin mancha del actuar (energeia) de Dios” (Sg 7,26). Pri mero debemos entender, entonces, qué es el actuar del poder de Dios. Es una especie de vigor, por decirlo así, por el que Dios obra en la creación, en la providencia y en el juicio, o en la disposición y arreglo de cosas individuales, cada cual en su tiempo. Así como la imagen formada en un espejo refleja infaliblemente todos los actos y los mo vimientos de quien lo mira, así tiene que entenderse la Sabiduría cuando es llamada el espejo sin mancha del actuar del Padre; como el Señor Jesucristo, que es la Sabiduría de Dios, declara de sí mismo cuando dice: “Todo lo que Él hace, esto también hace el Hijo juntamente” (Jn 5,19), como acaba de decir: “No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre”. Por lo tanto, el Hijo no se diferencia en ningún aspecto del Padre, en a poder y obrar, y la del Hijo no es diferente de la del Padre, sino uno y el mismo movimiento en todas las cosas, por así decirlo, por lo que es llamado “espejo sin mancha”, para que mediante tal expresión se entienda que no hay ninguna desemejanza en absoluto entre el Hijo y el Padre. ¿Cómo, en verdad, pueden estar de acuerdo con las declaraciones de la Escritura, las opiniones de aquellos que dicen que algunas cosas están hechas conforme a la manera en que un discípulo se parece o imita a su maestro, o con la opinión de los que dicen el Hijo realiza en material corporal lo que primero ha sido formado por el Padre en su esencia espiritual, viendo que en el Evangelio se dice que el Hijo no hace cosas similares, sino las mismas cosas de una manera similar?