Según el Vedanta, Dios debe ser concebido como el Infinito, es decir, como lo que excluye todo límite o toda determinación comprendida la determinación más principial (vinculada con el Principio. n.d.t.) de todas, a saber la del Ser. 53 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
Es a menudo en el nivel del Ser donde se detiene la metafísica occidental, que es propiamente una «ontología». Es necesario sobrepasar este nivel para tener una concepción suficiente, universal y total de la Divinidad. El Infinito, al excluir todo límite y toda determinación, se identifica necesariamente con la Posibilidad universal, es decir, con el conjunto de todas las posibilidades, tanto manifestadas como no manifestadas concebidas en modo principial, pues, de otro modo, si una posibilidad particular (un ser) escapara a la Posibilidad universal, constituiría para la divina Esencia una especie de límite situado «fuera de ella», lo que es imposible. 55 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
En esta perspectiva, todo el misterio el mal consiste en la ilusión separativa, o en la separatividad aparente, en virtud de la cual el ser manifestado en un cierto grado de existencia olvida de algún modo su arquetipo eterno o su propia posibilidad principial, y por ello mismo se toma por algo autónomo, por un «en-sí», poniendo un límite, por otra parte ilusorio, al Infinito divino. Aquí reside el misterio del «pecado original», del que todos los demás no son sino consecuencias particulares; se trata, por tanto, de un «pecado de origen», es decir, de una salida ilusoria (oriri) del Principio, y, por consiguiente, de un «pecado de naturaleza» que afecta necesariamente al mundo manifestado como tal, en cualquier grado que se lo considere, salvo a la Virgen que se identifica con la Posibilidad universal en su Inmaculada Concepción, y que está exenta del pecado original. 59 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
Naturalmente, la apofasis no puede ejercerse más que en el interior de la catafasis, por lo mismo que no hay hueso sin corteza. En consecuencia, el ateísmo visto más arriba no puede ejercerse más que en el interior del teísmo (Esto corresponde a la necesidad del exoterismo.) y no tiene nada que ver con el ateísmo masivo y vulgar del mundo moderno; todo lo más se podría ver esta forma de ateísmo como una degeneración o un reflejo invertido y «satánico» de aquel del que hemos hablado. Se puede decir además que el ateísmo puro es una monstruosidad, pero también que el teísmo puro engendra al anterior: «Yo digo: Dios es una esencia, pero enseguida lo niego diciendo: Dios no es una esencia. Dios es una esencia más allá de toda esencia; procediendo así, mi inteligencia se establece en el Infinito y se desvanece» (San Alberto el Grande) (Cf. Maestro Eckhart: «cuanto más blasfema, más alaba a Dios»; «roguemos a Dios de ser liberados de Dios».). 698 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA
En alguna parte se ha dicho: «Actúa como si nunca fueras a morir, ora como si fueras a morir en este instante» Desgraciadamente, nuestros contemporáneos no han retenido más que la primera proposición. Reducido a la acción y al pensamiento, el hombre actual no es más que un ser infra-humano. Pero tiene la ingenuidad de creer que realiza su plenitud multiplicando indefinidamente los modos de la acción y los modos del pensamiento, y se imagina que llegará así a dominar la naturaleza y a suprimir los males de los que sufre todavía. Pero como se puede ser tan ingenuo de creer que los millones de generaciones que nos han precedido no han llegado a la plenitud (Sobre este tema ver: «El pasado a la Luz del Presente» de Martin Lings. (NDR)), y que un buen día, merced a alguna «mutación» puramente hipotética, la humanidad llegará a un especie de perfección que no parece ser otra cosa que una extensión de lo que sentimos actualmente como deseable: el bien-estar, el confort, la paz, la fraternidad, el goce de los bienes terrestres, el amor humano, etc., no siendo todo esto finalmente más que una parodia irrisoria de la verdadera Perfección que, ella, se sitúa al nivel del Infinito y de la Posibilidad universal, de la cual nuestros contemporáneos no tienen la menor idea. 952 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD
La dificultad que presenta esta cuestión se debe evidentemente a una imperfección de nuestro espíritu y, como siempre, a la imperfección del lenguaje que es la expresión de nuestro pensamiento. Hay sin embargo aquí un obstáculo especial, una ilusión “sui generis”, que vamos a intentar precisar. Es relativamente fácil, para un hombre normal y sano de espíritu, el concebir a Dios como, por ejemplo, el “Esse per se subsistens” (el Ser subsistente por si mismo), el Acto Puro, el Infinito, lo Incondicionado, etc. Además el hombre toma consciencia, de una manera inmediata, de su existencia y de la de el mundo que le rodea. La dificultad mayor es entonces la de la relación entre el universo y Dios, es decir precisamente el “problema” de la creación. De hecho estos dos “problemas”, el de Dios y el de la creación, están conectados. Si uno se hace de Dios una idea falsa o insuficiente, uno estará tentado de deificar el universo y de desembocar así en una u otra de las formas de panteísmo, y el concepto de creación no tendrá evidentemente ningún lugar en un sistema tal. Pero puede ocurrir que se tenga de Dios una idea exacta pero, por así decirlo, “ineficaz”, y que uno esté en una especie de impotencia para concebir la relación del universo con Dios: no se “ve” la relación de lo finito – o de lo indefinido – y de lo Infinito, del tiempo y de la eternidad, de lo contingente y de lo necesario; parece que el espíritu humano carece entonces de una dimensión conceptual, de una “calidad contemplativa” que le permita pasar del plano horizontal, en el que se despliega el universo, al plano “vertical” en el que se sitúa realmente la Causa del Mundo. Esta incapacidad es casi congénita en todos los “cientifistas”, positivistas o humanistas, y finalmente materialistas del mundo moderno. Armados de procedimientos de investigación de la ciencia, del telescopio o del microscopio electrónico, buscan, conscientemente o no, la causa del mundo en el mundo, a menos que, reducidos al estado de “sabios” o de “coleccionistas”, no se contenten con buscar el “como” de los fenómenos o de clasificarlos en un fichero de biblioteca. El agnóstico del mundo moderno es un impotente condenado a poner etiquetas sobre los hechos, o a tejer sobre los datos de sus observaciones una red de ecuaciones diferenciales que no explicarán nunca nada, pero que permitirán eventualmente construir frigoríficos o aviones a reacción. 1008 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN