Debe saberse también que, sin duda alguna, ya la virtud natural (y) humana es TAN NOBLE y fuerte que ninguna obra externa le resulta demasiado pesada o grande para no ponerse a prueba con ella y en ella y formarse dentro de esta (obra). Y por eso existe una obra interior que no pueden encerrar y abarcar ni (el) tiempo ni (el) espacio, y en esta (obra interior) hay algo que es divino e igual a Dios a quien no encierran ni (el) tiempo ni (el) espacio. Él está en todas partes y se halla presente de igual manera en todo momento, y (esta obra) se asemeja a Dios también en el sentido de que a Él ninguna criatura lo puede recibir por completo, ni es capaz de configurar en sí misma la bondad divina. De ahí que debe haber algo más íntimo y más elevado e increado, sin medida y sin modo, en lo cual el Padre en los cielos puede acuñar su imagen y verterse y demostrarse íntegramente: me refiero al Hijo y al Espíritu Santo. Además, nadie es capaz de impedir la obra interior de la virtud, como tampoco se pueden poner estorbos a Dios. La obra resplandece y brilla de día y de noche. Exalta y canta la loa divina y un himno nuevo según dice David: «Cantad un himno nuevo a Dios» (Salmo 95,1). Es terrestre aquella loa y Dios no ama aquellas obras que son externas y encierran (el) tiempo y (el) espacio, que son estrechas (y) pueden ser impedidas y vencidas, que se cansan y envejecen con el tiempo y la ejecución. Pero es obra (íntima): amar a Dios, querer el bien y la bondad en cuyo caso el hombre ya ha hecho todas las buenas obras que quiere y querría hacer con voluntad pura (y) cabal, asemejándose de esta manera también a Dios de quien escribe David: «Todo cuanto quiso hacer lo ha hecho y obrado ahora» (Salmo 134,6). (ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2)
Ahora preguntarás acaso: ¿Qué es el desasimiento ya que es TAN NOBLE en sí mismo? A este respecto debes saber que el verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil una montaña de plomo ante (el soplo de) un viento leve. Este desasimiento inmóvil lo lleva al hombre a la mayor semejanza con Dios. Porque el que Dios sea Dios, se debe a su desasimiento inmóvil y gracias a éste Él tiene su pureza y su simpleza y su inmutabilidad. Y por eso, si el hombre ha de asemejarse a Dios — en cuanto una criatura pueda tener semejanza con Dios — esto debe suceder mediante el desasimiento. Luego, este (último) arrastra al hombre a la pureza y desde la pureza a la simpleza y de la simpleza a la inmutabilidad; y estas cosas producen semejanza entre Dios y el hombre; y la semejanza debe darse en la gracia, ya que la gracia arrebata al hombre separándolo de todas las cosas seculares, y lo purifica de todas las cosas perecederas. Y has de saber: estar vacío de todas las criaturas significa estar lleno de Dios, y estar lleno de todas las criaturas, significa estar vacío de Dios. (ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3)
«Los justos vivirán.» Por entre todas las cosas no hay nada tan querido y tan apetecible como la vida. Y, por otra parte, no hay ninguna vida tan mala ni onerosa que el hombre, pese a todo, no quiera vivir. Dice un escrito: Cuanto más cerca se halla una cosa de la muerte, tanto más apenada está. No importa lo mala que sea la vida, quiere vivir, no obstante. ¿Por qué comes? ¿Por qué duermes? Para que vivas. ¿Por qué apeteces bienes u honores? Lo sabes muy bien. Pero ¿por qué vives? Por la vida y, sin embargo, no sabes por qué vives. La vida en sí es tan apetecible que uno la apetece a causa de ella misma. Quienes están en el infierno, (sufriendo) la pena eterna, no quisieran perder su vida, ni los diablos ni las almas, porque su vida es TAN NOBLE que fluye de Dios al alma sin mediador alguno. Como fluye tan inmediatamente de Dios, por eso quieren vivir. ¿Qué es la vida? El ser de Dios es mi vida. Entonces, si mi vida es el ser de Dios, el ser de Dios ha de ser mío y la esencia primigenia de Dios mi esencia primigenia, ni más ni menos. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3)
Si el ángel se dirigiera hacia las criaturas para conocerlas, se haría de noche. Dice San Agustín:Cuando los ángeles llegan a conocer a las criaturas sin Dios, hay un crepúsculo vespertino, pero cuando llegan a conocer a las criaturas en Dios, hay un crepúsculo matutinal. Si conocen a Dios como Él es ser, puramente en sí mismo, esto es el mediodía reluciente. Yo digo: El hombre debería comprender y conocer lo noble que es el ser. No hay criatura tan insignificante que no apetezca el ser. Las orugas, cuando caen de los árboles, suben penosamente por una pared para conservar su ser. ¡TAN NOBLE es el ser! Alabamos la muerte sufrida junto a Dios para que Él nos traslade a un ser mejor que la vida: un ser en el cual vive nuestra vida, ahí donde nuestra vida se convierte en ser. El hombre debe entregarse a la muerte de buen grado y morir para obtener un ser mejor. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN VIII 3)
He hablado de una potencia (=el entendimiento) en el alma; en su primer efluvio violento esa potencia no aprehende a Dios en cuanto es bueno, tampoco lo aprehende en cuanto es verdad: ella penetra hasta el fondo y sigue buscando y aprehende a Dios en su unidad y en su desierto; aprehende a Dios en su yermo y en su propio fondo. De ahí que nada la puede satisfacer; ella sigue buscando qué es lo que es Dios en su divinidad y en la propiedad de su propia naturaleza. Ahora bien, dicen que no hay unión mayor que el hecho de que las tres personas sean un solo Dios. Luego — así dicen — no hay ninguna unión mayor que la (existente) entre Dios y el alma. Cuando sucede que el alma recibe un beso de la divinidad, se yergue llena de perfección y bienaventuranza; entonces es abrazada por la unidad. En el primer toque con el cual Dios ha tocado y toca al alma en su carácter de no-creada y no creable, allí el alma es — en cuanto al toque de Dios — TAN NOBLE como Dios mismo. Dios la toca según (es) Él mismo. Alguna vez prediqué en latín — y esto fue en el día de la Trinidad — , entonces dije: La diferenciación proviene de la unidad, (me refiero a) la diferenciación en la Trinidad. La unidad es la diferenciación, y la diferenciación es la unidad. Cuanto mayor es la diferenciación, tanto mayor es la unidad, pues es diferenciación sin diferencia. Si hubiera mil personas, sin embargo, no habría nada más que unidad. Cuando Dios mira a la criatura, le da su ser (de criatura); cuando la criatura mira a Dios, recibe su ser (de criatura). El alma tiene un ser racional, cognoscitivo; por eso: allí donde se halla Dios, se halla el alma, y donde se halla el alma, allí se halla Dios. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3)
Todas las criaturas han emanado de la voluntad de Dios. Si yo fuera capaz de aspirar solamente a la bondad de Dios, esta voluntad sería TAN NOBLE que el Espíritu Santo emanaría inmediatamente de ella. Todo bien emana de la superabundancia de la bondad divina. Ah sí, y la voluntad de Dios me gusta solamente en la unidad, allá donde se halla la quietud de Dios para la bondad de todas las criaturas, (y) donde descansa ella (la bondad) como su último fin, y todo cuanto alguna vez obtuvo ser y vida; allá debes amar al Espíritu Santo tal como es allá en la unidad; no en Él mismo sino allá donde se lo saborea únicamente junto con la bondad de Dios, en la unidad, allá donde toda bondad emana de la superabundancia de la bondad divina. Tal hombre retorna más rico que cuando salió. Quien hubiera «salido» así de sí mismo, sería restituido a sí mismo en el sentido más propio. Y todas las cosas que ha abandonado en la multiplicidad, le serán devueltas en la simplicidad, porque se encuentra a sí mismo y a todas las cosas en el «ahora» presente de la unidad. Y quien hubiera «salido» así, volvería mucho más ennoblecido que cuando «salió». Semejante hombre vive entonces con una libertad más independiente y en una desnudez acendrada, porque no debe preocuparse por nada ni emprender cosa alguna, ni mucho ni poco, porque todo cuanto posee Dios, lo posee él. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3)
Digo yo: (La) humanidad y (el) hombre son (dos cosas) distintas. (La) humanidad en sí misma es TAN NOBLE que lo más elevado de ella tiene similitud con los ángeles y parentesco con la divinidad. La unión máxima que ha tenido Cristo con el Padre, me resulta asequible con tal de que sepa deshacerme de lo proveniente de esto o aquello, siendo capaz de entenderme como humanidad. Todo cuanto Dios ha dado alguna vez a su Hijo unigénito, me lo ha dado a mí tan completamente como a Él, y nada menos, sino que me lo ha dado en mayor medida: a mi humanidad en Cristo le dio más que a Él, porque a Él no se lo dio; a mí me lo ha dado y no a Él; no se lo dio, ya que Él lo poseyó en el Padre desde la eternidad. Si te golpeo, golpeo en primer término a un Burcardo o a un Enrique y sólo luego golpeo al ser humano. Mas Dios no hizo tal cosa; Él adoptó primero la humanidad. ¿Quién es un hombre? Un hombre que tiene su nombre propio de Jesucristo. Y por lo tanto dice Nuestro Señor en el Evangelio: «Quien toca a uno de éstos aquí, toca el ojo mío» (Cfr. Zacarías 2,8). (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3)
Pues bien, dice Él: «que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad». ¿Qué es la verdad? (La) verdad es TAN NOBLE que, si fuera posible que Dios se apartara de la verdad, yo querría seguir a la verdad y abandonar a Dios; porque Dios es la Verdad y todo cuanto se halla en el tiempo y todo cuanto fue creado alguna vez por Dios, no es la Verdad. (ECKHART: SERMONES: SERMON XXVI 3)
¡Ahora prestad atención! ¿Qué es lo que quiere decir cuando toma tan en serio el hecho de que amemos? Quiere decir que el amor con el cual amamos, debe ser tan acendrado, tan desnudo, tan desasido, que no se debe inclinar ni hacia mí ni hacia mi amigo ni hacia (ninguna cosa) a su lado. Dicen los maestros que no se puede llamar obra buena a ninguna obra buena, ni virtud a ninguna virtud, si no se hacen por amor. (La) virtud es TAN NOBLE, tan desasida, tan acendrada, tan desnuda en sí misma que no conoce nada mejor que a sí misma y a Dios. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3)
Hay, empero, gente que dice: «Nos echáis hermosos sermones, mas nosotros no notamos nada de ello». ¡Yo también me lamento de lo mismo! Este ser es TAN NOBLE y tan universal que no necesitas comprarlo ni por un cuarto ni por medio penique. Ten sin embargo una disposición recta y una voluntad libre, entonces lo poseerás. El hombre que ha dejado así a todas las cosas en su ser más bajo y en cuanto son perecederas, las recibe de vuelta en Dios donde son verdad. Todo cuanto aquí está muerto, vive allí, y todo cuanto es materia gruesa aquí, allí, en Dios, es espíritu. Es exactamente como si alguien vertiera agua pura en un recipiente limpio, que fuera completamente puro y límpido, y lo dejara sin mover; y si luego una persona pusiera (encima) su rostro, lo vería en el fondo exactamente como es en sí mismo. Esto se debe al hecho de que el agua es pura y limpia e inmóvil. Lo mismo sucede con todos los hombres que se mantienen libres y unidos en sí mismos, y, si reciben a Dios en medio de la paz y tranquilidad, deben recibirlo también en la discordia e intranquilidad; entonces todo anda perfectamente bien. Pero si lo aprehenden menos en la discordia e intranquilidad, que en la tranquilidad y la paz, las cosas andan mal. Dice San Agustín: A quien el día le resulta enojoso y el tiempo se le hace largo, que se dirija hacia Dios donde no hay «tiempo largo» (= tiempo que dura) y en quien descansan todas las cosas. Aquel que ama a la justicia, será aprehendido por la justicia y se convertirá en justicia. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3)
El alma toca a Dios con las potencias supremas; debido a ello está formada a (semejanza de) Dios. Dios se halla formado a semejanza de sí mismo y tiene su imagen de Él mismo y de nadie más. Su imagen consiste en que se conoce a fondo, no siendo nada más que luz. Cuando el alma lo toca con verdadero conocimiento, ella se le asemeja en esta imagen. Cuando un sello se imprime en cera verde o colorada o en un paño, se produce en todo caso una imagen. (Mas) cuando el sello traspasa completamente la cera de modo que no sobra ninguna cera que no sea acuñada por el sello, ella constituye una sola cosa con el sello, sin distinción alguna. De la misma manera el alma, cuando toca a Dios con verdadero conocimiento, le es unida totalmente en la imagen y en la semejanza. Dice San Agustín que el alma es TAN NOBLE y fue creada tan por encima de todas las criaturas que ninguna cosa perecedera, que perecerá en el Día del Juicio Final, es capaz de hablar ni obrar en el interior del alma sin mediación y sin mensajeros. Éstos son los ojos y los oídos y los cinco sentidos; ellos son los «senderos» por los cuales el alma sale al mundo y el mundo, a su vez, retorna al alma por estos senderos. Dice un maestro que «las potencias del alma han de regresar al alma con grandes ganancias». Cuando salen, siempre traen algo de vuelta. Por ello, el hombre debe vigilar afanosamente sus ojos para que no traigan nada nocivo para el alma. Tengo esta certeza: cualquier cosa que ve el hombre bueno, lo perfecciona. Cuando ve cosas malas, le da las gracias a Dios por haberlo puesto a salvo de ellas, y reza por aquel en quien aparece (el mal), para que Dios lo convierta. (Mas) cuando ve algo bueno, anhela que sea realizado en él. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXII 3)
Cristo está sentado a la diestra de su Padre. El mayor bien que puede ofrecer Dios, lo constituye su mano derecha. Cristo dice: «Yo soy una puerta» (Juan 10, 9). El primer efluvio violento y el primer derretimiento, allí donde Dios se derrite (sucede) donde se derrite en su Hijo y allí, Éste vuelve a derretirse en el Padre. Yo dije un buen día que la puerta es el Espíritu Santo: a través de ella se derrite en (su) bondad en todas las criaturas. Donde hay un hombre natural, éste comienza a obrar con «la mano derecha». Dice un maestro que el cielo recibe inmediatamente de Dios. Otro maestro dice que no es así: porque Dios es un espíritu y una luz acendrada; por eso, aquello que ha de recibir inmediatamente de Dios, ha de ser, con necesidad, un espíritu y una luz acendrada. Dice un maestro: Es imposible que alguna cosa corpórea sea susceptible del primer efluvio violento allí donde emana Dios, si no es una luz o un espíritu acendrado. El cielo se halla por encima del tiempo y es la causa del tiempo. Un maestro dice que el cielo, en su naturaleza, es TAN NOBLE que no puede degradarse a ser la causa del tiempo. En su naturaleza no puede ser causa del tiempo; (pero), en su trayectoria es la causa del tiempo, es decir, en la deserción (de la naturaleza) del cielo, (mas) él mismo es atemporal. Mi color no es mi naturaleza, antes bien, es una deserción de mi naturaleza, y nuestra alma se halla muy por encima y «está oculta en Dios». Entonces no digo solamente: por encima del tiempo, sino «oculta en Dios». ¿Es esto lo que significa el cielo? Todo cuanto es corpóreo es una deserción y un azar y un rebajamiento. El rey David dice: «Ante la vista de Dios, mil años son como un día que ha pasado» (Salmo 89, 4); porque todo cuanto es futuro y cuanto ha pasado se halla todo allá en un solo «ahora». (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3)
Ahora dice: «¡Joven, te digo: levántate!». Él mismo quiere hacer la obra. Si alguien me mandara que transportase una sola piedra, lo mismo me podría ordenar transportar mil piedras en vez de una, siempre y cuando él mismo quisiera llevarlas. O, si mandara a alguien que transportase un quintal, lo mismo podría ordenar que transportara mil quintales en vez de uno, siempre y cuando él mismo quisiera llevarlos. Ea, Dios mismo quiere hacer esta obra, el hombre sólo ha de obedecer y no oponerse. Ay, si el alma sólo se dispusiera a vivir adentro, tendría presentes todas las cosas. Hay una potencia en el alma y no sólo una potencia sino: (una) esencia y no sólo (una) esencia, sino algo que desliga de (la) esencia… esto es tan acendrado y tan elevado y TAN NOBLE en sí mismo que ninguna criatura puede entrar sino sólo Dios que mora ahí. Ah sí, (lo digo) con plena verdad: Dios mismo no puede entrar tampoco, en cuanto tiene modo de ser ni en cuanto es sabio ni en Cuanto es bueno ni en cuanto es rico. Ah sí, Dios no puede entrar ahí con ningún modo (de ser). Dios puede entrar ahí sólo con su desnuda naturaleza divina. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3)
Ea, daos cuenta, pues, que dice: «¡Joven te digo!». Y ¿qué es el «decir» de Dios? Es la obra de Dios, y esta obra es TAN NOBLE y tan elevada que sólo Dios la hace. Sabed pues: toda nuestra perfección y toda nuestra bienaventuranza dependen de que el hombre atraviese y sobrepase toda criaturidad y toda temporalidad y toda esencia, y vaya al fondo carente de fondo. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3)
El tercer nombre es: «Simón», esto quiere decir tanto como «algo que es obediente» y «algo que es sumiso». Quien ha de escuchar a Dios, tiene que estar separado (y) a gran distancia de la gente. Por ello dice David: «Me quiero callar y escuchar lo que dice Dios dentro de mí. Dice paz para su pueblo y sobre sus santos y a todos aquellos que han regresado a su corazón» (Salmo 84, 9). Bienaventurado es el hombre que escucha afanosamente a cuanto Dios dijere en su interior, y él se ha de doblegar directamente bajo el rayo de la luz divina. El alma que se ha ubicado con toda su fuerza por debajo de la luz divina, se torna enardecida e inflamada en el amor divino. (La) luz divina entra con su irradiación directamente desde arriba. Si el sol diera verticalmente sobre nuestra cabeza, casi nadie sobreviviría. De esta manera, la potencia suprema del alma, que es la cabeza, debería erguirse equilibradamente bajo el rayo de la luz divina para que pudiera brillar dentro de ella esa luz divina, de la cual he hablado a menudo: ésta es tan pura y flota tan por encima y es tan elevada que en comparación con esta luz todas las luces son tinieblas y nonadas. Todas las criaturas, tal como son, son como nada; cuando se proyecta sobre ellas la luz, dentro de la cual reciben su ser, entonces son algo. Por eso, el conocimiento natural nunca puede ser TAN NOBLE que toque o aprehenda inmediatamente a Dios, a no ser que el alma posea las seis cualidades a las que me he referido antes. La primera: que uno haya muerto para toda desigualdad. La segunda: que uno se halle bien purificado en la luz (divina) y en la gracia. La tercera: que se carezca de medios. La cuarta: que uno, en su fondo más íntimo, escuche la palabra de Dios. La quinta: que uno se someta a la luz divina. La sexta es la que menciona un maestro pagano: Esta es la bienaventuranza de que uno viva de acuerdo con la suprema potencia del alma; ella debe tender continuamente hacia arriba y recibir su bienaventuranza en Dios. Allí, en el primer efluvio violento, donde recibe el Hijo mismo, allí en lo más excelso de Dios, hemos de recibir también nosotros; (mas) entonces, nosotros también debemos presentar parejamente lo más elevado que poseemos. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3)
En estas palabras se pueden notar tres cosas. Una consiste en que se debe seguir y servir a Nuestro Señor por cuanto Él dice: «Quien me sirve, que me siga». Por ello, las palabras vienen a propósito para San Segundo, (cuyo nombre) dice lo mismo que «el que sigue a Dios», pues él (San Segundo) dejó (sus) bienes y vida y todo por amor de Dios. Así, todos cuantos quieren seguir a Dios, habrán de dejar cuanto puede ser un estorbo para (su trato) con Dios. Dice Crisóstomo: Estas son palabras duras para quienes se inclinan hacia este mundo y las cosas corpóreas, las cuales, para ellos, son una posesión muy dulce y (les es) difícil y amargo dejarlas. En esto se puede ver lo difícil que resulta a algunas personas, que no conocen las cosas espirituales, renunciar a las materiales. Como ya he dicho varias veces: ¿Por qué no les gustan las cosas dulces a los oídos lo mismo que a la boca?… Porque no están hechos para ello. Por la misma razón, el hombre carnal no conoce las cosas espirituales, ya que no tiene la disposición correspondiente. En cambio, a un hombre conocedor que conoce las cosas espirituales, le resulta fácil dejar todas las cosas corpóreas. San Dionisio dice que Dios pone en venta su reino de los cielos; y no hay cosa de tan poco valor como el reino de los cielos cuando está en venta, y nada es TAN NOBLE y su posesión hace tan feliz con tal de que se lo tenga merecido. Se dice que es de poco valor porque se le ofrece a cada cual por cuanto él sea capaz de procurar. Por ello, el hombre ha de dar todo cuanto posee a trueque del reino de los cielos: (en especial) su propia voluntad. Mientras conserva algo de su propia voluntad, no tiene merecido el reino de los cielos. A quien renuncia a sí mismo y a su propia voluntad, le resulta fácil dejar todas las cosas materiales. Como ya he narrado varias veces que un maestro le enseñó a su discípulo cómo podía llegar a conocer las cosas espirituales. Entonces dijo el discípulo: «Maestro, tu instrucción me ha enaltecido y sé que todas las cosas materiales son como un barquito que se mece en el mar, y como un pájaro que vuela por el aire». Porque todas las cosas espirituales están por encima de las materiales; cuanto más elevadas están, tanto más se extienden y van comprendiendo a las cosas materiales. Por eso, las cosas materiales son pequeñas frente a las espirituales; y cuanto más sublimes son las cosas espirituales, tanto más grandes son; y cuanto más vigorosas son en las obras, tanto más puras son en (su) esencia. Lo he dicho también varias veces y es cierto y un enunciado verdadero: Si un hombre estuviera muriendo de hambre y si se le ofreciese la mejor de las comidas, sin que hubiera en ella semejanza con Dios, él, antes de probar o gustar (la comida), se moriría de hambre. Y, si el hombre sintiera un frío mortal y se le ofreciese cualquier clase de vestimenta, sin que en ella hubiera semejanza con Dios, él no podría echarle mano ni ponérsela. Esto se refiere al primer (punto) de cómo hay que dejar todas las cosas y seguir a Dios (= Cristo). (ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVIII 3)