Prometeu

Hans Jonas – Religião Gnóstica
Prometeo y Zeus
La razón por la cual aportamos este tercer ejemplo es para demostrar que nos encontramos aquí ante un principio general de la alegoría gnóstica, y no ante una actitud particular frente al Antiguo Testamento. Es cierto que la degradación blasfema del Altísimo de antiguas religiones a un poder demoníaco y la consecuente revisión de la posición de sus amigos y enemigos encontraron su material de trabajo preferido en la tradición judía: en ese caso, sólo el prestigio del original sagrado, la gravedad de lo que proclamaba o la devoción de sus creyentes aportaban a la inversión gnóstica ese aroma de provocación y escándalo que constituía uno de los efectos pretendidos del nuevo mensaje. En el caso de la literatura olímpica, los gnósticos podían jugar con mucha mayor libertad sin herir sentimientos piadosos. Los dioses del Olimpo eran tratados con menos seriedad, incluso por sus creyentes convencionales, y en su conjunto los gnósticos no les prestaron demasiada atención: no obstante, la posición de Zeus, dios supremo del panteón, era lo suficientemente reverenciada como para convertir su degradación en un asunto serio, y es así como, ocasionalmente, es objeto del mismo tratamiento que hemos visto aplicado al Dios de la Creación bíblica. En su tratado Omega (par. 3-s., pág. 229, líneas 16-ss., Berthelot), el alquimista Zósimo divide la humanidad entre los que se encuentran «por debajo» o «por encima» de la heimarméne, y llama a estos últimos «la tribu de los filósofos»: éstos, dice, se encuentran «por encima de la heimarméne porque ni están alegres por su felicidad, ya que dominan sus placeres, ni se dejan abatir por sus desdichas…, ni siquiera aceptan los buenos regalos que ésta ofrece». De los otros, dice que «siguen la procesión de la heimarméne» y que son «en todos los respectos sus acólitos». Zósimo continúa con una alegoría: es por esta razón por lo que Prometeo, en Hesiodo, aconseja a Epimeteo (Erga I.86-s.) «“no aceptar nunca un regalo del olímpico Zeus, y rechazarlo”: así enseña a su hermano, por medio de la filosofía, a rechazar los regalos de Zeus, es decir, de la heimarméne». Es la identificación de Zeus con la heimarméne lo que convierte la cita de Hesiodo en una alegoría gnóstica. Esta identificación implica una identificación paralela de Prometeo, su retador y víctima, con el modelo de hombre «espiritual» cuya lealtad no está relacionada con el dios de este mundo sino con el trascendente del más allá. Así, de forma paradójica, la posición de Zeus, como principio máximo del cosmos, viene de la tradición pero con valores invertidos: debido a que el oponente de Prometeo es este soberano cósmico, el intérprete toma partido por el rebelde y convierte a este último en la encarnación de un principio superior al universo entero. La víctima de la antigua mitología se transforma en el portador evangélico de la nueva.

Una vez más, la alegoría sacude conscientemente la piedad de toda una cultura religiosa profundamente arraigada en el mundo helenístico. Debe tenerse en cuenta que identificar al Júpiter summus exsuperantissimus de la religión imperial con la heimarméne no es exactamente un juicio erróneo, ya que la necesidad del destino cósmico constituía un aspecto legítimo de su poder divino. El asunto es que la revaluación gnóstica del cosmos como tal (en la que la heimarméne se había convertido en un símbolo repulsivo) arrastró consigo su grado más alto de divinidad, y es precisamente su poder cósmico el que hace ahora de Zeus un objeto de desprecio. Si nosotros mismos quisiéramos hablar en términos mitológicos, podríamos decir que Zeus sufre ahora el destino al que él mismo condenara a sus predecesores y que la revuelta de los titanes contra su propia soberanía logra una victoria tardía.