Homem e Natureza

Hans Jonas — RELIGIÃO GNÓSTICA
Comentários ao Poimandres
La unión del Hombre con la Naturaleza: el motivo de Narciso
Llegamos así a la segunda parte del drama del Ánthropos, el hundimiento del Hombre en la Naturaleza inferior. En este punto nuestro relato es maravillosamente claro e impresionante: la revelación de su forma divina a la Naturaleza terrenal es al mismo tiempo su reflejo en los elementos inferiores, y debido a su propia belleza que así se le aparece desde abajo, es arrastrado de forma descendente. Este uso del motivo de Narciso es, al menos por su explicitud, un rasgo original del Poimandres y, siempre que hace su aparición en la literatura de la época, es en forma de alusiones poco claras. El motivo de Narciso, sin embargo, representa simplemente un particular giro hacia una idea mitológica de mucha mayor presencia en el pensamiento gnóstico, cuyo significado original no tenía nada que ver con la leyenda griega: la idea de que bien se trate del proceso cosmogónico o hundimiento del Alma, bien del movimiento generalmente descendente de un principio divino, fue iniciado por un reflejo de la Luz superior en la Oscuridad inferior. Si analizamos cuidadosamente la versión del Poimandres, vemos que ésta combina hábilmente tres ideas diferentes: la de la Oscuridad que queda prendada de la Luz y toma posesión de una parte de ésta, la de la Luz que queda prendada de la Oscuridad y se hunde en ella voluntariamente, y la de una radiación, reflejo o imagen de la Luz proyectada en la Oscuridad inferior y que allí queda prisionera. Estas tres ideas han hallado una representación independiente en el pensamiento gnóstico. La primera de ellas proviene de una iniciativa que trata de la eventual combinación de las fuerzas inferiores, versión que encuentra su completa expresión en el sistema maniqueo. La segunda versión ha sido ejemplificada por medio de la cita hermética de Macrobio. El hecho de que no es solo aplicable al descenso del alma individual sino, y sobre todo, al descenso cosmogónico del Alma Primordial, queda patente en el relato árabe de los harranitas:

Una vez vuelta hacia la materia, el Alma se enamoró de ésta y, ardiendo por el deseo de experimentar los placeres del cuerpo, no quiso ya separarse de éste. Así nació el mundo. Desde ese momento el Alma se olvidó de sí misma, olvidó su morada original, su verdadero centro, su ser eterno…

Dios, siempre preocupado por perfeccionar todas las cosas, la unió a la Materia —de la cual la vio tan enamorada- otorgándole multitud de formas. De ahí nacieron las criaturas compuestas: el cielo, los elementos (entendidas como receptáculos del “Alma”). Sin embargo, reacio a abandonar al Alma, en su degradación con la Materia, Dios le concedió una inteligencia y la facultad para percibir, dones preciosos que tenían como misión recordarle su origen elevado en el mundo espiritual…, devolverle el conocimiento de sí misma, mostrarle que era una extraña aquí abajo… Después de recibir el Alma esta instrucción, a través de la percepción y de la inteligencia; después de recobrar el conocimiento de sí misma; el Alma desea el mundo espiritual, como un hombre llevado a una tierra extranjera suspira por su lejano hogar. Está convencida de que para volver a su condición original debe desembarazarse de sus lazos mundanos, de los deseos sensuales, de todas las cosas materiales (Chwolson, Die Ssabier, II).

La tercera visión es la más extraña para nosotros, ya que implica la idea mítica de la substancialidad de una imagen, reflejo o sombra que representaría una parte real de la entidad original de la que se ha separado. Debemos aceptar que este simbolismo convenció a quienes lo utilizaron en una fase crucial del drama divino. Volveremos a encontrarlo desempeñando este mismo papel en la especulación de los setianos (Hipólito, V.19), los gnósticos contra quienes escribió Plotino, y también en un sistema recogido por Basílides, no como propio, sino perteneciente a ciertos “bárbaros”, alusión bastante probable a algunos pensadores persas (Act. Arch. 67.5). La idea común a estas doctrinas es la siguiente: a causa de su naturaleza, la Luz brilla en la Oscuridad inferior. Esta iluminación parcial de la Oscuridad o es comparable a la acción de un simple rayo, por el hecho de proyectar un resplandor tal, o, si surgió de una figura divina individual como la Sophía o el Hombre, es una forma proyectada en el medio oscuro, que aparecería allí como imagen o reflejo de lo divino. En ambos casos, a pesar de no haberse producido ningún descenso o caída real del origen divino, algo de éste se ha visto inmerso en el mundo inferior, e igual que la Oscuridad lo trata como a un preciado botín, la deidad que no cae se ve envuelta en el destino ulterior de esta emanación. La Oscuridad es atrapada con ansia por el resplandor que aparece en medio de ésta o en la superficie de las aguas primordiales, y, al tratar de mezclarse con ésta y de retenerla de manera permanente, la arrastra hacia abajo, la envuelve y la rompe en innumerables pedazos. Desde entonces, los poderes superiores trabajan para recuperar estas partículas de Luz robadas. Por otro lado, las fuerzas inferiores son capaces de crear este mundo con la ayuda de los elementos. Su presa original queda dispersa por toda la creación en forma de “chispas”, es decir, de almas individuales. En una versión ligeramente más sofisticada de esta idea, las fuerzas inferiores crearían el mundo o al hombre con la ayuda de la imagen proyectada de la forma divina, es decir, como imitación del original divino. Sin embargo, ya que así la forma divina se encarnaría también en la materia de la Oscuridad y que la “imagen” es concebida como una parte substancial de la deidad misma, el resultado obtenido es el mismo que en el caso anterior en que la luz es digerida y rota en pedazos. De cualquier modo, toda esta imaginería desarrolla la tragedia divina sin culpabilidad superior ni invasión inferior del reino divino. El hecho de que la simple e inevitable radiación de la Luz y su reflejo en forma de imágenes crea nuevas hipóstasis de su propio ser es todavía en Plotino un principio metafísico de primer orden, que afecta a su esquema ontológico general. En cuanto a la relación entre el alma superior e inferior en especial, explica que el descenso del Alma no era sino una iluminación de esa otra que se encuentra debajo de ella, iluminación por la cual se originó un eídolon, un reflejo, que es el alma inferior sometida a las pasiones; pero el Alma original nunca descendió realmente. Los gnósticos que vinieron tras el severo ataque de Plotino sostendrían una doctrina sorprendentemente similar:

El alma, dicen, y una cierta Sabiduría (sophía, Plotino no está seguro de que ésta sea distinta o no del “Alma”) iniciaron su camino descendente… y con ella descendieron las demás almas: éstas, “miembros” por así decir de la Sabiduría, se vistieron cuerpos… Pero entonces, dicen de nuevo, aquella por cuya causa descendían no descendió en cierto sentido, y en cierta manera no inició su camino descendente sino que se limitó a iluminar la Oscuridad, y de ahí que una “imagen” (eídolon) se originara en la Materia. Entonces simulan una “imagen de la imagen”, que se forma en algún lugar aquí abajo a través de la Materia o de la Materialidad… y dejan así que se genere ese al que llaman el Demiurgo, y hacen que éste se separe de su Madre, y después continúan con su tarea de derivar el origen del mundo y descienden hasta la última de las “imágenes” . (Enn. II.9.10).

La diferencia principal, y sin duda la más determinante, entre los gnósticos y Plotino en este punto es que los primeros no creen que el “descenso” en forma de imagen-reflejo sea la causa de la tragedia y la pasión divina, mientras que Plotino lo defiende como autoexpresión necesaria y positiva de la eficacia de la primera fuente. No obstante, la estructura vertical de este desarrollo es común a ambos, es decir, la dirección descendente de toda generación metafísica, que por tanto no puede ser sino deterioro.

Ahora bien, esta aparición de la Luz en lo alto, en forma de reflejo inferior, podría utilizarse también como una explicación del error divino.

La tragedia de Pístis Sophía, su vagar, su dolor y su arrepentimiento en el mundo de la oscuridad se producen después de que ésta confunda la luz que ve abajo con la “Luz de las Luces”, y de que su anhelo de ella la obligue a seguirla a las profundidades. La utilización del parecido divino es frecuente, especialmente en la conjetura de Mani. En manos de los arcontes servirá para tentar y atrapar la substancia divina; en las de los mensajeros de la deidad, para sustraer substancia luminosa. Vemos así que el motivo de Narciso en el amor errado del Ánthropos del Poimandres es una sutil variación y combinación de varios de los temas enumerados. Él no es tan culpable como el Alma primordial que sucumbe al deseo por los placeres del cuerpo, ya que lo que le arrastra hacia abajo es su propia forma divina, su perfecta similitud con elDios supremo. Él es más culpable que Pístis Sophía, que fue engañada porque deseó actuar de forma independiente, no pudiendo confundir el reflejo inferior con la luz del Padre, del que se había separado voluntariamente. No obstante, su error debe ser parcialmente excusado, ya que ignoraba la verdadera naturaleza de los elementos inferiores, vestidos como estaban con su propio reflejo. Así, la proyección de su forma sobre la tierra y el agua pierde su carácter de acontecimiento substancial en sí mismo, y en las manos de este autor helenístico se convierte en un medio de suscitar, más que de constituir, la sumersión de una emanación divina en el mundo inferior.