Milagres [AOCG]

ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA

Os milagres de Jesus

  • 1. Preliminares
  • 2. Curas e profecias
    • a) Prodígios físicos: o milagre de Caná
    • b) As curas
    • O cego de nascimento
    • A hemorrágica
  • 3. Ressurreições evangélicas
  • 4. Cura do filho do régulo
  • 5. Os apêndices de Basilides
  • 6. A modo de conclusão

    Los milagros de Jesús ocupan muy poco espacio. Esto sólo no prueba demasiado. Pero armoniza con la tendencia fuertemente doctrinal de sus escritos. Mientras los evangelios de infancia rebosan de milagros ingenuos, los evangelios gnósticos se extienden en logia e ignoran prácticamente lo taumatúrgico.

A priori, así tenía que ser. Para los corifeos de la gnosis cristiana, el milagro era de signo hebreo, periclitado; lenguaje apto para menores o gente de sentidos. El «signo» del mensaje de Jesús es la revelación del Padre, lo doctrinal, el conocimiento de una nueva economía, la salud por la gnosis del verdadero Dios. Unicamente hay margen en el Evangelio para los milagros, como símbolos de doctrina, no como signos de poder.

De ahí, en los propios milagros, el predominio de lo doctrinal. Todos entrañan un sentido recóndito, sólo asequible a la mente iluminada.

Los pocos mencionados entre los herejes lo confirman.

De ahí también que Jesús los hiciera sólo en los doce meses de vida pública; no antes del bautismo — en los treinta años, símbolo de los siglos de vida trascendente — , ni después de la resurrección, en los meses reservados a fundar las grandes tradiciones secretas. A los iniciados les conviene el lenguaje directo, espiritual, asequible al hombre interior; el idioma de la rigurosa gnosis.

A pesar de que durante los meses de vida pública hizo Jesús muchos milagros, los herejes jamás celebraron su grandeza y número. También los había hecho Moisés en régimen de ignorancia por obra del demiurgo.

El signo de Caná mira en símbolo al tiempo final de la consumación. Se evade del tiempo. Ya desde el primer milagro pensaba el Salvador en la verdadera salud, a saber conversión de la iglesia (espiritual) terrena en iglesia angélica, más que en la conversión del agua en vino. Basílides se fijó en la «hora de Jesús». Los valentinianos, en la tónica nupcial inherente a la salud; y, sin salir de ella, en la presencia del demiurgo, paraninfo de las bodas eternas (entre ángeles y hombres espirituales) y juntamente arquitriclino del banquete nupcial. Los naasenos teorizan finamente sobre el vino de Caná, copa de Anacreonte. En su dimensión gnóstica esconde la epithymia del individuo espiritual (resp. Iglesia) en su unión con Cristo.

Se prestan particularmente al estudio del simbolismo las curaciones en general. La circunstancia de que no fueran psíquicas, sino corpóreas, y afectaran al barro del hombre, daba pie a San Ireneo para orientarlas hacia la salus carnis, meta de la universal economía. A los gnósticos, en cambio, les solicita a buscar por otra parte el significado. Las dolencias y enfermedades del cuerpo simbolizan espontáneamente las pasiones y delitos del alma. Al curarlas, el Salvador se presentaba como médico de almas y de espíritus; atento únicamente a salvar el hombre interior.

Sucede el fenómeno en el milagro del ciego nato, símbolo de la física improporción del hombre racional para intuir a Dios. Según los valentinianos, el ciego simboliza al propio Logos, en oposición al Noûs. Según los naasenos, el hombre es incapaz de ver a Dios mientras no vaya por caminos esotéricos (dihemon) — no eclesiásticos — , o por bautismo de agua celeste, al verdadero Siloé. Ni nuestros padres, a partir de Adán, ni nuestros ordinarios maestros (psíquicos, eclesiásticos) conocen al Salvador; ni pueden interesarle en la mediación necesaria para su verdadero milagro de «iluminación» o gnosis.

La curación del hijo del régulo, concretamente, indica la eficacia salvífica de Jesús sobre la psyche, esto es, sobre la iglesia animal (humana) dispersa en el mundo. Tiene un simbolismo paralelo al milagro de la hemorroísa, en que resplandece la eficacia salvífica sobre el pneuma, esto es, sobre la iglesia espiritual (humana) del mundo.

Según los valentinianos, tanto vale — en lo simbólico — el milagro de la hemorroísa como la conversión de la samaritana. Una y otra mujer significaban lo mismo: la iglesia espiritual terrena. Pero mientras el milagro sensibiliza — a ojos psíquicos — la salud iniciada de la Iglesia, la conversión representa — a ojos pneumáticos — la salud consumada de la misma. El milagro habla en parábola; la conversión, desnudamente.

Los herejes sentíanse libres para enaltecer más aún el simbolismo de algunos milagros. Tal ocurre con la curación del ciego nato, que da pie a un contraste fortísimo entre la exégesis de Ireneo y la de los valentinianos. El ciego de nacimiento sensibiliza la ignorancia del Dios ignoto, extensiva a todos menos al unigénito Noûs. El Logos, en cuanto tal, es también ciego; no mira a Dios, sino al universo racional. Sólo mediante la gnosis, característica del intelecto personal de Dios, es posible llegar a la luz, o salud verdadera.

A vueltas de muchas osadías, los gnósticos interpretan los milagros de Jesús en una línea mucho más cercana a la de Clemente y Orígenes que a la de Ireneo. El método en sí se salva. No tanto su aplicación.

Inútil agregar otro aspecto práctico de los milagros de Jesús. Como signos de poder impresionaban a los judíos. En la economía del Evangelio contaban sólo ad tempus. Terminados los doce meses de vida pública, declinó Jesús el lenguaje de los milagros, y apareció destituido, a los ojos de sus adversarios, de semejante poder. Si antes habían éstos reaccionado mal frente a las maravillas del Nazareno arreciaron su persecución al creerle falto de poder taumatúrgico. Así, espontáneamente, sobrevino el drama de la pasión.