Palamas Energias Divinas

Vladimir LosskyTeologia Mística da Igreja do Oriente
Essência e Energias Divinas
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  • Energias Divinas

    Essência e Energias Divinas
    Se advierte que el dogma sobre las energías no es una concepción abstracta, una distinción puramente intelectual: es una realidad de orden religioso muy concreta aunque difícilmente comprensible la que aquí se considera. Por eso esta doctrina se expresa antinómicamente: las energías por su procesión significan una distinción inefable — no son Dios en su esencia — y, al mismo tiempo, al ser inseparables de la esencia, dan testimonio de la unidad del ser simple de Dios. Los adversarios de san Gregorio Palamas, teólogos orientales que habían sufrido una fuerte influencia del tomismo (eran el monje calabrés Barlaam, que realizó sus estudios en Italia, y Acindino, traductor griego de la Suma teológica), veían en la distinción real entre la esencia y las energías un atentado contra la simplicidad de Dios y acusaban a Palamas de di teísmo y de politeísmo. Habiéndose hecho ajenos al espíritu apofático y antinómico de la teología oriental, defendían contra ella una concepción de Dios que hacía de él, ante todo, una esencia simple, en la que las propias hipóstasis recibían el carácter de relaciones de la esencia. La filosofía de Dios acto puro no puede admitir algo que sea Dios y no sea su propia esencia. Dios sería, por decirlo así, limitado por su esencia. Lo que no es la esencia no pertenece al ser divino, no es Dios. Luego las energías serían, según Barlaam y Acindino, o bien la esencia misma en cuanto acto puro, o bien productos de los actos exteriores de la esencia, es decir efectos creados que tienen por causa la esencia; dicho de otro modo: criaturas. Para los adversarios de san Gregorio Palamas, había la esencia divina, había sus efectos creados, pero no operaciones divinas (energías). Respondiendo a sus críticas, el arzobispo de Tesalónica colocó a los tomistas orientales ante el siguiente dilema: o bien era preciso que admitiesen la distinción entre la esencia y las operaciones, pero entonces, conforme a su concepto filosófico de la esencia, deberían relegar entre las criaturas la gloria de Dios, la luz de la transfiguración, la gracia; o bien era preciso que negaran esta distinción, lo cual les obligaría a identificar lo incognoscible y lo conocible, lo incomunicable y lo comunicable, la esencia y la gracia. En ambos casos la deificación real era imposible. Así esta defensa de la simplicidad divina a partir de un concepto filosófico de la esencia desembocaría en conclusiones inadmisibles para la piedad, contrarios a la tradición de la Iglesia de Oriente.

Para san Gregorio Palamas — como para toda la teología oriental, fundamentalmente apofática — la simplicidad divina no podía fundarse en el concepto de la esencia simple. El punto de partida de su pensamiento teológico es la Trinidad, eminentemente simple, pese a la distinción de la naturaleza y las personas, así como de las personas entre sí. Esta simplicidad es antinómica, como cualquier enunciado doctrinal que atañe a Dios: no excluye la distinción, pero no admite separación ni división en el ser divino. San Gregorio Niseno podía perfectamente afirmar que la inteligencia humana permanece simple pese a la diversidad de sus facultades; en efecto, se diversifica procediendo hacia los objetos que conoce, permaneciendo simultáneamente indivisa, sin pasar por su esencia a otras substancias. Sin embargo la inteligencia humana no está «por encima de los nombres» como las Tres personas que poseen en sus energías comunes cuanto podría atribuirse a la naturaleza de Dios. Simplicidad no quiere decir uniformidad o indistinción; de otro modo el cristianismo no sería la religión de la Santísima Trinidad. Hay que decir en general que se olvida demasiado a menudo que la idea de la simplicidad divina — al menos tal como se presenta en los manuales de teología — depende más bien de la filosofía humana que de la revelación divina. Reconociendo la dificultad que tiene el pensamiento filosófico para admitir en Dios un modo de existir diferente del de la esencia, para conciliar las distinciones con la simplicidad, san Marcos de Éfeso describe un cuadro donde muestra la sabia economía de la Iglesia, que se ajusta, según las épocas, a las aptitudes que los hombres tienen para recibir la verdad: «No hay que asombrarse — dice — de no hallar entre los antiguos la distinción clara y nítida entre la esencia de Dios y su operación. Si hoy en día, tras la confirmación solemne de la verdad y el reconocimiento universal de la monarquía divina, los partidarios de la ciencia profana han creado tantas molestias a la Iglesia respecto a ello y la han acusado de politeísmo, ¿qué no habrían hecho anteriormente los que se enorgullecían de su vana sabiduría y sólo buscaban una ocasión de coger en falta a nuestros doctores? Por eso los teólogos han insistido más en la simplicidad de Dios que en la distinción que se encuentra en él. A quienes tenían dificultad en admitir la distinción de las hipóstasis no había que imponerles la distinción de las operaciones. Con sabia discreción han sido esclarecidos los dogmas divinos según los tiempos, utilizando la divina sabiduría para ello los locos ataques de la herejía».