Doroteo de Gaza Juízo

Doroteo de Gaza — Conferências
Excertos do site “CONOCEREIS DE VERDAD
V CONFERENCIA — NO SE DEBE SEGUIR EL PROPIO JUICIO

61. Está dicho en los Proverbios: Aquellos que no tienen guía caen como las hojas; la salvación se encuentra en el mucho consejo (Pr 11, 14)95. Examinemos, hermanos, la fuerza de estas palabras y veamos lo que nos enseña la Escritura. En ella se nos Pone en guardia contra la excesiva confianza en nosotros mismos, así como contra la ilusión de creernos suficientemente sagaces y por tanto capaces de dirigirnos a nosotros mismos. Tenemos necesidad de ayuda tenemos necesidad de guías según Dios Nada hay más desvalido ni más vulnerable que aquel que no tiene quién lo conduzca por el camino de Dios. ¿Qué nos dice, en efecto, la Escritura? Aquellos que no tienen guía caen como las hojas. La hoja al nacer siempre es verde, vigorosa, bella; después se va resecando poco a poco, luego cae y finalmente la pisamos sin fijarnos siquiera. Así sucede con el hombre que no tiene guía. Al comienzo manifiesta gran fervor por el ayuno, las vigilias, la soledad, la obediencia y toda obra buena. Luego ese fervor se va apagando progresivamente al carecer de guía que lo alimente e inflame, se va resecando insensiblemente, cae y acaba en manos de sus enemigos que hacen de él lo que quieren.

De aquellos que, por el contrario, descubren sus pensamientos y buscan hacerlo todo con consejo la Escritura dice: La salvación se encuentra en el mucho consejo. Por mucho consejo no se quiere decir que es necesario consultar a todo el mundo, sino hacerlo en todo con aquel en quien debemos depositar nuestra plena confianza, no callando ciertas cosas y manifestando otras, sino revelando todo y en todo pidiendo consejo. Para el que obra así, la salvación se encuentra en el mucho consejo.

62. En efecto, si un hombre no confía todo lo que está en él, sobre todo si acaba de abandonar una vida de malos hábitos, el diablo descubrir en él una voluntad propia o una autojustificación que le permitir engañarlo Porque cuando el diablo ve a alguno decidido a no pecar, no ser tan tonto en su malicia, como para sugerirle directamente faltas manifiestas. No le dirá “ve a fornicar”, ni “ve a robar”, porque sabe que estamos rechazando esas cosas y no nos hablar de eso que rechazamos. Pero si nos encuentra en posesión de una voluntad propia o de una autojustificación, por ahí nos engaña con bellas razones. De allí viene que también esté escrito: El malvado hace el mal cuando se asocia a una autojustificación (Pr 11, 15). El Malvado es el diablo; él hace el mal cuando se asocia a una autojustificación, es decir cuando se asocia a nuestra presunción de tener razón. Porque entonces él es más fuerte, puede obrar y dañarnos más. Cada vez que nos aferramos obstinadamente a nuestra propia voluntad y nos fiamos de nuestras razones, pensando obrar bien, nos tendemos lazos a nosotros mismos y no sabemos que vamos a nuestra perdición. Por que en efecto, ¿cómo podremos conocer la voluntad de Dios, o buscarla verdaderamente, si depositamos en nosotros mismos nuestra confianza y mantenemos firme nuestra propia voluntad?

63. AUTOJUSTIFICACION VOLUNTAD-PROPIA: Eso es lo que hacía decir a abba Poimén que la voluntad es un muro de acero entre el hombre y Dios. Este es el sentido de esas palabras. Y agregaba: “Es una piedra de escándalo”, en cuanto se opone y obstaculiza la voluntad de Dios. Por lo tanto si un hombre renuncia a ella, también puede decir: Por mi Dios yo atravesaré el muro. Mi Dios cuyo camino es intachable (Sal 17, 30-31). ¡Qué palabras admirables! En verdad, cuando se ha renunciado a la propia voluntad se ve sin obstáculo la voluntad de Dios. Pero si no lo hacemos, no podemos ver que el camino de Dios es intachable.

Recibimos una advertencia; enseguida nos enojamos, nos volvemos con desprecio, nos rebelamos. En efecto, ¿cómo podrá aquel que está apegado a su propia voluntad, escuchar a alguien ni seguir el menor consejo?

Abba Poimén habla también de la autojustificación: “Si la autojustificación presta su apoyo a la voluntad, eso se convierte en un mal para el hombre”. ¡Qué sensatez en las palabras de los santos! Esa unión de la autojustificación con la voluntad propia es un gran peligro, es realmente la muerte, es un gran mal. Para el desdichado que se deja atrapar, es la ruina completa. ¿Quién lo persuadirá de que otro sabe mejor que él lo que le conviene? Se abandonar totalmente a sus propios pensamientos y finalmente el enemigo lo engañara como quiera. Es por eso que está escrito: El maligno obra el mal cuando se asocia a una autojustificación; él detesta las palabras que traer seguridad (Pr 11, 15).

64. Se dice que detesta las palabras que traen seguridad porque no sólo siente horror de la seguridad sino que no puede siquiera oír su voz y detesta sus palabras, es decir el hecho mismo de hablar para obtener seguridad.

Me explicó. Aquel que busca cerciorarse de la utilidad de lo que pretende hacer, no ha realizado aún nada, pero el enemigo, aun antes de saber si observar o no lo que le sea aconsejado, muestra su odio al hecho mismo de preguntar y escuchar un consejo útil. Detesta el solo sonido de tales palabras y huye. ¿Por qué? Porque sabe que su maquinación ser descubierta por el solo hecho de preguntar y de dialogar sobre la utilidad de lo que proyecta hacer. Nada detesta tanto como el ser reconocido, pues entonces no encuentra el medio de tender lazos como él quiere.

Que el alma se ponga en seguridad, revelando todo y escuchando de alguien competente: “Haz esto, no hagas aquello; tal cosa es buena, tal cosa es mala; eso es autojustificación, eso es voluntad propia”, o también: “No es el momento de hacer eso”, y otra vez: “ahora es el momento”; entonces el diablo no encontrar ocasión para hacer daño, ni para hacerlo caer, pues estar constantemente guiado y protegido por todas partes. Constatamos así, hermanos, que la salvación se encuentra en el mucho consejo. Esto es lo que el Maligno no quiere, sino que lo detesta. El busca hacer el mal y se alegra entonces más en aquellos que no tienen guía. ¿Por qué? Porque caen como las hojas.

65. Veamos cómo el Maligno amaba a ese hermano del cual decía a abba Macario: “Tengo un hermano que en cuanto me ve, cambia como el viento” . El ama a esos monjes, encuentra sus delicias en aquellos que no son guiados por otro y no se someten a alguien que pueda, según Dios, socorrerlos y darles una mano. ¿Acaso no se dirigía a todos los hermanos aquel demonio que el santo vio un día llevando todas sus maldades en frascos? ¿No se las presentaba a todos? Pero cada uno de ellos, sintiendo el engaño, corrió a revelar sus pensamientos y encontró consejo en el momento de la tentación, de suerte que el Maligno no pudo hacer nada con ellos. Y no encontró más que a ese desdichado hermano que confiaba en sus fuerzas y no recibía ayuda de nadie. Se burló de él y se retiró agradeciéndole y maldiciendo a los demás. Cuando más tarde contó el hecho a San Macario mencionando el nombre del hermano, el santo corrió hacia él y encontró la causa de su caída. Percibió que el hermano no quería confesar su falta y no teníael hábito de abrirse. Por eso el enemigo podía hacerle dar vueltas a su gusto. El santo le preguntó: “¿Cómo est s, hermano?” .”Bien, gracias a tus oraciones”. “¿No te dan guerra los pensamientos?”. “Por el momento estoy bien”. No quería confesar hasta que el santo, hábilmente, le hizo abrir su corazón. Entonces lo fortificó con la palabra de Dios y regresó. El enemigo retornó, según su costumbre, con el deseo de hacerlo caer, pero se sorprendió pues lo encontró sólidamente afirmado y no pudo engañarlo. Se fue pues sin haber logrado nada, humillado por ese hermano. Al tiempo, el santo preguntó al diablo: “¿Cómo está ese hermano amigo tuyo?”. Este lo maldijo, no tratándolo ya de amigo sino de enemigo, y diciéndole: “Él también se ha separado de mí y no me escucha más; se ha convertido en el más feroz de todos”.

66. Ven, hermanos: el enemigo detesta la palabra de seguridad porque continuamente busca nuestra perdición. Pueden ver también por qué ama a aquellos que tienen confianza en sí mismos: porque colaboran con el diablo, tendiéndose lazos a sí mismos. Por mi parte, no conozco ninguna caída de un monje que no haya sido causada por la confianza en sí mismo. Algunos dicen: el hombre cae por esto, cae por aquello. Pero yo repito, no conozco caída que no tenga aquello por causa. ¿Ves a alguien caer? Sabe que él se dirigió a sí mismo. Nada hay más grave que dirigirse a sí mismo, nada más fatal.

Gracias a la protección de Dios yo siempre he evitado ese peligro. Cuando estaba en el monasterio (de abba Séridos), confiaba todo al anciano, abba Juan y nunca admití hacer cosa alguna sin su consejo. Tal vez el pensamiento me dijera: “¿El anciano no te dirá tal cosa? ¿Para qué importunarlo?”. Pero yo replicaba: “Anatema a ti y a tu discernimiento, a tu inteligencia, a tu prudencia y a tu ciencia. Lo que tú sabes, lo sabes por los demonios”. Me iba entonces a consultar a abba Juan y a veces sucedía que su respuesta era precisamente la que yo había previsto. Entonces mi pensamiento me decía: “¿Y bien, qué? Es lo mismo que te había dicho yo. ¿No has molestado al anciano inútilmente?”. Y Yo respondía: “Si, ahora está bien, ahora esto viene del Espíritu Santo. Pues lo que viene de ti es malo, viene de los demonios, de un estado apasionado”.

Así nunca me permití seguir mi conciencia sin tomar consejo. Y créanme, hermanos, yo vivía en gran paz y en una despreocupación tal, que llegué a inquietarme, pues sabia que es por muchas tribulaciones como entraremos en el reino de Dios (Hch 14, 22). ¡Y yo me encontraba libre de tribulación! Sentí temor y sospechas al no conocer la causa de tal paz, hasta que el anciano me lo aclaró diciendo: “No te preocupes. El que se entrega a la obediencia de los Padres, posee esa paz y esa despreocupación”.

67. Presten atención también ustedes, hermanos, y aprendan a consultar y a no fiarse de su propio juicio. Conozcan qué despreocupación, qué alegría, qué paz se encuentra en ello.

Pero como les dije que nunca fui probado, escuchen, hermanos, lo que me sucedió una vez. Estando un día en el monasterio (de abba Séridos) fui asaltado por una tristeza inmensa e intolerable. Estaba tan abatido y decaído, que hubiese entregado el alma. Ese tormento era un lazo de los demonios y semejante prueba viene de su envidia; es muy penoso pero de corta duración: pesado, tenebroso, sin consuelo ni paz, rodeado de angustia y opresión. Pero la gracia de Dios viene rápidamente al alma, si no nadie podría soportarlo. Presa de tal prueba y peligro estaba un día en el patio del monasterio, descorazonado y suplicando a Dios que viniese en mi ayuda. De pronto, echando un vistazo en el interior de la iglesia, vi penetrar en el santuario; alguien que tenía aspecto de obispo y estaba vestido de armiño. Yo nunca me acercaba a un extranjero sin necesidad o sin una orden. Pero algo me atrajo y avancé. Permaneció largo rato allí delante, las manos extendidas hacia el cielo. Yo estaba detrás suyo, rezando con mucho temor, pues su vista me había llenado de zozobra. Cuando cese de orar, se volvió y vino hacia mí. A medida que se acercaba yo sentía alejarse de mí la tristeza y el miedo. Parado ante mí, extendió su mano hasta tocar mi frente y la palmeó con sus dedos diciendo: No he cesado de esperar en el Señor, El se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos, me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios (Sal 39, 2-4). Tres veces repitió estos versículo y me palmeaba en la frente. Después se fue. Enseguida mi corazón se llenó de luz, de alegría, de consuelo, de dulzura: ya no era el mismo hombre. Salí corriendo en su busca pero no lo encontré: había desaparecido. Desde entonces, por la misericordia de Dios, no recuerdo haber sido atormentado por la tristeza o el temor. El Señor me ha protegido hasta hoy gracias a las oraciones de los santos ancianos.

68. Les he contado esto, hermanos, para mostrarles cuánta despreocupación y qué paz gozan con toda seguridad aquellos que no ponen la confianza en sí mismos, sino que en todo se dirigen a Dios y a aquellos que los pueden guiar según Dios. Aprendan también ustedes, hermanos, a aconsejarse, a no fiarse de ustedes mismos. Eso es bueno, es humildad, paz, alegría. ¿Para qué atormentarse en vano? No es posible salvarse de otra manera.

Pero puede ser que se pregunten qué debe hacer aquel que no tiene a quién pedir consejo. De hecho, si alguien busca sinceramente, de todo corazón, la voluntad de Dios, Dios no lo abandonar jamás y lo guiar en todo según su voluntad. Así, si alguno dirige su corazón hacia la voluntad de Dios, Dios iluminar hasta a un niño para hacérsela conocer. Pero si por el contrario no busca sinceramente la voluntad de Dios, podrá consultar a un profeta: Dios pondrá en boca del profeta una respuesta conforme a la perversidad de su corazón, según palabras de la Escritura: Si un profeta habla y se equivoca, soy yo el Señor quien lo hace equivocar (Ez 14, 9). Por eso debemos con todas nuestras fuerzas, dirigirnos según la voluntad de Dios y no confiarnos en nuestro propio corazón. Si una cosa es buena y nosotros oímos decir a un santo que es buena, debemos tenerla por tal, sin creer por eso que sabemos cómo hacerla o pensar que la hacemos bien. Debemos hacerla lo mejor que podamos y luego volver a aconsejarnos nuevamente para cerciorarnos de haberla hecho bien. Después de lo cual no debemos quedarnos totalmente tranquilos, sino esperar el juicio de Dios, como el santo abba Agatón, a quien le preguntaron: “Padre, ¿tú temes también?”. Y respondió: “Yo hago lo que puedo, pero no sé si mis obras han agradado a Dios. Pues uno es el juicio de Dios y otro del de los hombres” . Que Dios nos proteja contra el peligro de fiarnos de nuestro propio juicio y que nos conceda seguir fielmente el camino de nuestros Padres.